Barcelona

La merienda-cena de Bono

La Razón
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El papel del crítico es complicado. Lo reconozco. Como también, a veces soberbio. Más si tienes que enfrentarte a la visión cerrada de muchos miles -a veces millones- de personas. Volví a ver a los U2 esta semana. En esta ocasión en Barcelona. Un capricho -nada nuclear, por cierto-, una vez al año no hace daño... frases que me estuve repitiendo durante el viaje que, por otra parte, se acorta en buena compañía. Llegamos al lugar de los hechos, el Nou Camp, al que algunos entraban de puntillas... a mí hasta se me hizo pequeño desde la pista. Y empezó el espectáculo. «Resulta increíble que cuatro músicos, a palo seco, puedan mover a tantísima gente y monten un espectáculo como éste», me decía mi amigo Santi, del que hay que fiarse porque por algo es un músico -de los que tienen formación, no de estos que se apuntan al carro del famoseo de cualquier manera- y estoy convencido de que llegará lejos. Mira: un crítico del que sí me fiaría. Alguien que sabe de lo que habla. Lo peor, a pesar de ser Barcelona, de la que hasta el pasado martes no me escucharían hablar mal; su mala organización. Ni un autobús, el metro cerrado, al igual que la mayor parte de los comercios de hostelería... y la marea humana recorriendo la larga Diagonal. Como otras muchas veces, los periódicos parecían haber visto de espaldas el concierto. Y, como resentidos por algo, echaban pestes por las equivocaciones de Bono&Co. ¡Qué quieren, era el primer concierto de la gira! Mientras, muchos de los allí presentes -algún crítico también- se acordó del figurado Paul Hewson de los «Muchachada Nui». No hubo merienda-cena, pero el espectáculo fue para recordarlo. Caviar en vena.