Honduras

La presentación

La Razón
La RazónLa Razón

Está siendo costumbre cada vez más española emperrarse en jamar los prolegómenos de fecha mundana o religiosa, confundiendo la cáscara con la pulpa. La masa mundial acudió ayer a rendirse ante Cristiano Ronaldo montando un viaje al centro de Madrid como Julio Verne propuso el suyo al corazón de la Tierra. Será que hoy hay ocio excedentario o la cerveza está prohibitiva, pero no recoge la historia pequeña del Foro que, durante los años de construcción del Museo del Prado el populacho de la corte de Fernando VII se concentrara en la puerta a esperar que el arquitecto decidiera a bajarse de la berlina, esponsorizada por los vinos de Valdepeñas. Este nuevo Ronaldo, que tiene el curriculum en su pies, en la noche y en la bragueta, fue observado por la muchedumbre como se observaría el Faro de Chipiona. Pero a tal expectación lo que corresponde es que el maromo baje de una nave espacial y diga, como poco, cuándo se va Bárcenas, en qué escuela diplomática ha sido reclutado el ministro largón de Honduras (Ortez: «Obama es un negrito que no sabe de nada») y qué mes estará caput la crisis. Ante tal presión del «show» del último Medicis (Florentino), Cristiano, convertido en un icono al que se le atribuyen todos los dones de los mortales, exento incluso de la deshonra de un gatillazo, podría decir lo del flamenco: «Desde que canto bien a mí todo el mundo me pregunta por asuntos que nunca había escuchado antes». El único parangón que se me ocurre, por aclarar un poco esta desmesura, es que esta legión cristiana se trasladara a ver a Picasso, pero no en mitad del proceso creativo, sino cuando iba a los toros. Y echar el tiempo toda la tarde clavando la mirada en los ojos del artista sin importar el ruedo.