Barcelona
La salvadora de las playas
Primer fin de semana de la operación vacaciones y primer aviso: las playas de nuestro país, como casi todas las playas del mundo civilizado, están hechas un asco. Y no lo decimos nosotros, que también, sino que cerramos una cita con Alexandra Cousteau, nieta del mítico investigador marino, para que sea ella quien lo deje claro. Alexandra, de una belleza tan rubia y tan lánguida que bien podría haber sido musa de algún director de cine francés, lleva en la sangre el gen de los océanos y, desde hace años, no tantos porque apenas ronda la treintena, preside una organización con fines ecologistas. De ahí el motivo de su visita a España: la cerveza Corona ha orquestado un plan urgente de salvación de las costas y ella lo capitanea casi como hacía su abuelo vestido de lobo de mar. La idea es que este verano se acabe el goteo de colillas en la arena, las bolsas de plástico flotando entre las olas y los restos de una barbacoa abandonados en una roca. Y, para empezar, los periodistas recibimos días antes de que Alexandra aterrizara una especie de jardín zen en el que el rastrillito servía para mover de un lado a otro la misma basura que arrastramos con los pies cuando estamos en la playa. Cousteau dice que nunca es tarde para concienciarse y que tampoco es tan difícil. Predicadora con el ejemplo, asegura que en su casa se utilizan sólo productos biodegradables para que los residuos no dañen el ecosistema marino, sólo un pequeño detalle de lo poco que hace falta para ser respetuosos con nuestra herencia. Le preguntamos si, en sus viajes por los mares de aquí y allá, ha encontrado algún reducto libre de la zarpa del ser humano. Después de dudar unos segundos, Alexandra contesta que no, que apenas hay lugares en los que la flora y la fauna no se hayan resentido con nuestra torpeza.Educada en una familia submarina, aprendió a nadar casi al nacer, buceaba con tres años y conoce bien todo lo que se mueve en lo más profundo de la tierra. Cuenta un sinfín de anécdotas a pesar de que lleva todo el día concediendo entrevistas, y lo hace en un español tan perfecto que no nos resistimos a preguntarle por qué. La clave está en Salamanca, ciudad a la que se trasladó durante su época de estudiante. Allí aprendió nuestro idioma y, años más tarde, lo perfeccionó en Barcelona, donde, le recordamos, la playa no es precisamente un ejemplo de respeto a los mares. Alexandra reconoce que sí, que el litoral de las grandes metrópolis es a menudo el que más sufre, por eso también hasta allí, en la Ciudad Condal, donde viven muchos de sus amigos, viaja para concienciar de lo mal que puede acabar todo esto.Antes de despedirnos con un calor infernal –«es increíble», dice ella, quizá por no decir «insoportable»–, le prometemos que este verano, aunque la previsión de visitar playas sea escasa, al menos recogeremos las colillas propias y ajenas, los plásticos y demás. Ahora sólo falta que el resto también aporte su granito… en la arena.
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