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Las palabras que afilaron las armas

Las palabras que afilaron las armas
Las palabras que afilaron las armaslarazon

En agosto de 1937, Winston Churcill ultimaba su libro «Grandes contemporáneos», en el que se podía leer la siguiente semblanza de Adolf Hitler: «Los que se han visto personalmente con Herr Hitler por asuntos públicos o en actos sociales, se han encontrado a un funcionario harto competente, sereno y bien informado de porte agradable y sonrisa encantadora, y pocos se habrán librado de experimentar su sutil magnetismo personal». No mencionaba Churchill las leyes de Nuremberg, el acoso a los judíos en su propia patria ni el rearme del ejército alemán. El párrafo lo recoge el escritor Nicholson Baker, que obtuvo el National Book Critics Circle Award en 2001 por un ensayo sobre la destrucción de los archivos periodísticos en papel en favor de soportes informáticos titulado «Humo humano» que ahora publica Debate. Para ello, realizó una exhaustiva investigación en archivos, fragmentos de discursos radiofónicos, noticias de periódicos, proclamas propagandísticas y entradas en diarios personales.

Antisemitas
Con esa miscelánea de voces, testimonios y opiniones, como un Cortázar historiador, Baker trazó el recorrido histórico del origen de la Segunda Guerra Mundial. Y, sobre todo, desnudó a los personajes mostrando el retrato real que después ocultaría la fuerza de los acontecimientos. Por ejemplo, Neville Chamberlain, primer ministro británico, escribió en 1939: «Sin duda los judíos no son gente que se haga querer. A mí mismo no me interesan; pero eso no basta para explicar el progomo».
Louis Taber, republicano de Ohio, EEUU, respecto a la posibilidad de acoger como refugiados a niños judíos: «Preferiría dar 10 dólares para buscar lugares para esos niños en algún otro país, a dar 10 centavos para traerlos aquí». La fecha: 25 de abril de 1939. Taber temía que se convirtieran en bolcheviques al crecer. De estos dos textos se deduce que todos los gobiernos conocían la política antisemita del Tercer Reich. Y también el orden de las prioridades. No entrar en ninguna guerra. El libro de Baker asombra por la perspectiva que ofrece de los personajes dibujados por sus propias palabras. Henry «Chips» Channon, diputado conservador británico, anotó su impresión de Hermann Göring en las Olimpiadas de Berlín en 1936: «Dicen que a veces es muy duro y despiadado, como lo son todos los nazis cuando la ocasión lo exige, pero por fuera parece todo vanidad y amor infantil a la ostentación». Los testimonios recogidos dan, incluso, una imagen de la moralidad de la época. Harry McGowan, presidente de Imperial Chemical Industries, señalaba, respecto a sus negocios con China y Japón: «No tengo ningún reparo en vender armas a ambos lados. No soy purista en estas cosas».
El bando alemán presenta casos sorprendentes, como las palabras de un propagandista del Partido Nazi en Baviera respecto a la infuencia y penetración de sus campañas contra los judíos: «Todos los niños saben de la amenaza judía; en todas partes se dictan conferencias de propaganda antisemita (...). Y, a pesar de todo esto, las campañas no han tenido el menor éxito. Los campesinos no desean cortar sus lazos con los judíos».