Literatura

Literatura

Literatura con lengua

La Razón
La RazónLa Razón

Recuerdo la noche en que el gangster Tonino Fiore se despachó a gusto contra el autor de un artículo periodístico en el que se sostenía la idea de que los sectores más ruines del hampa jamás mejorarían su reputación social mientras sus «sórdidas y apestosas criaturas» no fuesen capaces de elevar su nivel cultural y sobreponerse a su posición, «arrinconadas por méritos propios en lo más remoto de las subespecies literarias». Según aquel tipo, Fiore y muchos como él habrían dado lugar con sus vidas y con sus historias a «una dudosa literatura hecha por tipos que no saben escribir, para ser comprada por fulanos que no saben leer». Al malestar de Fiore se sumó enseguida la contrariedad de Chester Newman. El columnista del «Clarion» ha defendido siempre que ni el cine negro, ni la literatura de la que proceden sus películas, constituyen en modo alguno subgéneros despreciables pensados para su consumo masivo por las clases populares más burdas y menos instruidas, las mismas que, según aquel intelectual, nutren las listas de bajas en las guerras, las colas de las rebajas y los atascos de tráfico en las autopistas. Fiore estaba indignado. «Nosotros somos la realidad, lo que le ocurre en la calle a la gente, sin retoques y sin afectaciones –dijo–, y si la gente lee todavía esas novelas de Hammett o de Chandler es por la misma razón que encontraban tan agradable la comida poco elaborada que les preparaban sus madres en la infancia, cuando el viento no iba de un sitio para otro en avión e incluso Hemingway sabía que con más frecuencia de lo que se cree, sus estudios dicen de un hombre menos cosas que su olor corporal». Aquella noche el gangster echó mano de Kate Sinclair para sentir el agradable apoyo de algo que recordaba haber leído en una de sus novelas más populares, bendecida por sus lectores gracias, según ella, a haber sido generosamente vapuleada por la crítica. En «Agua tatuada», uno de sus personajes femeninos más cartesianos parecía hablar pensando en alguien como Fiore: «Todo cuanto había leído sobre él se desvaneció al conocerle. Ni los rumores ni la literatura le hacían justicia. Ahora sé que lo que hayas escuchado o leído sobre un hombre jamás sirve de nada comparado con la idea incontestable que te haces de él al tropezarte su lengua en tu boca».