San Blas
Los quinquis asaltan el museo
El CCCB analiza en una exposición un fenómeno social de los 80, protagonizado por delincuentes adolescentes como El Vaquilla.
En los primeros años de la transición democrática, mientras el país trataba de construir su futuro deshaciéndose de los fantasmas del franquismo, apareció una figura que se convertiría casi en mito gracias sobre todo al cine. Eran los delincuentes juveniles, también llamados los «quinquis». A ellos como fenómeno social les dedica desde hoy una completa exposición el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
Bajo el título «Quinquis de los 80», el CCCB aporta los materiales de una temática que pasó de las calles a las páginas de sucesos y a la gran pantalla, gracias a personajes tan carismáticos como El Vaquilla, El Torete o El Jaro. Son los protagonistas de un torbellino de tirones, robos de coches y otros delitos. Según las comisarias de la muestra, Amanda Cuesta y Mery Cuesta, el origen de esta cultura es el cine, especialmente el realizado por Ignacio F. Iquino, José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia. «Consideramos el cine quinqui como un género cinematográfico bautizado desde el entorno popular, que no ha recibido esa consideración en el ámbito académico», dijeron ayer.
La exposición se abre con una selección de carteles y fotocromos con algunos de los títulos más emblemáticos del «cine quinqui» como «Perros callejeros», «El pico», «Yo, El Vaquilla», «La estanquera de Vallecas» o «Deprisa, deprisa». Prácticamente todos, casi una treintena, tienen inspiración en hechos reales. Muchas siguen encabezando la lista de los filmes más taquilleros de nuestro cine.
Pero todo ello tiene su origen en una situación social delicada en las barriadas de los años 70, donde se ponen en marcha planes para absorber la mayor cantidad de chabolismo al coste más barato. De esta manera nace un urbanismo formado por barrios mal comunicados, sin los servicios esenciales, que se alimenta de crisis económica y un fuerte desempleo. La muestra recorre algunas de estas barriadas tan célebres como La Mina (Barcelona) o San Blas (Madrid), zonas en las que aparecen serios conflictos propiciados por exclusión, marginalidad y delincuencia.
En otro espacio del CCCB se reconstruye uno de los puntos de encuentro de los quinquis: los recreativos. Allí aparece una nueva cultura y evasión, un espacio en el que adolescentes rebeldes tienen sus primeros tanteos con las drogas y el sexo. El visitante de la muestra puede atreverse a rememorar su pasado porque se puede jugar con máquinas del millón o los míticos «comecocos». Este espacio cuenta con un hilo de musical con temas de grupos como Las Grecas, Los Chichos, Burning o Eskorbuto.
Prensa seducida
La Prensa de sucesos de esos años, especialmente «El Caso», comienza a convertir a estos chicos en iconos. En el recorrido propuesto se señala a El Vaquilla y El Jaro como las estrellas más brillantes de ese universo que saben como aprovecharse de los medios de comunicación. Los «biopics» cinematográficos – como «Navajeros», la serie «Perros callejeros» y «Yo, El Vaquilla»– hace el resto para construir mitos que visitan comisarías, juzgados, reformatorios y cárceles.
Muchos de ellos acaban convirtiéndose en juguetes rotos y en la mayoría de casos mueren jóvenes. Eso da más sentido a la reproducción de un mural que aparece al final de la exposición. Se titula «Luz y Vida», fue realizado por el pintor Teo Barba, y en él, San Juan, al lado de Cristo en la última cena, es representado por José Luis Manzano, el protagonista de «El pico» o «Navajeros».
Quincalla de leyenda, por Jorge BERLANGAParidos entre escombros, amamantados con sangre, afilando los primeros dientes mordiendo quincalla, encarnaron el mito del bandido adolescente que se hace leyenda en el romanticismo popular. El Lute fue la primera figura y molde de todos ellos. Pero La Mina seguía produciendo material convulso en la cochambre, criaturas precipitadas a la fatalidad de una gloria carbonizada, siguiendo el lema de camina o revienta, o pisa el acelerador aunque no llegues a los pedales. Eloy de la Iglesia fue el rapsoda de sus odiseas fulgurantes, con su cine de género quinqui: «Perros callejeros», «Navajeros», «Colegas», «El pico»… Sus nombres, el Vaquilla, el Torete, El Pirri, José Luis Manzano, hechos para vivir y morir deprisa, tratando de correr a más velocidad con un coche afanado que el caballo desbocado en sus venas. Hoy sus tumbas son chapa oxidada con la maldición de una juventud indómita tempranamente caída en el siniestro total.
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