Venezuela
«No sé si será efectiva la mediación de Karina en el proceso de paz»
Tras secuestrarle en la selva durante tres años, las FARC asesinaron a su padre
Madrid- Entraron en su casa, en el edificio Torres de Miraflores, de Neiva. Eran medio centenar de hombres de las FARC, armados hasta los dientes, que simulaban ser policías en una operación antiterrorista. Iban a por su padre, pero se llevaron a su madre, a su hermano mayor y a él mismo. Al hermano más pequeño Daniel Julián, de 11 años, le dejaron allí, solo, porque se quedó dormido y no le vieron. Juan Sebastián, el mediano, a sus quince años no podía creer lo que estaba ocurriendo. Aún hoy, la incredulidad asoma a sus ojos cuando rememora aquel día, sentado frente a mí, en un hotel de Madrid: «Yo abría y abría los ojos, porque cuando tenía pesadillas, al abrir los ojos descansaba. Pero aquello era real, no estaba soñando». Mientras se «aferraba mucho a Dios», se decía a sí mismo que todo se resolvería pronto: «A mí me parecía imposible que me quedase en la selva un mes, eso era una eternidad». Desde aquel 26 de julio de 2001, él y su hermano Jaime Felipe estuvieron 3 años retenidos. Su madre, siete.–¿Cómo vivíais en la selva?–Dormíamos en una colchoneta y nuestro vínculo con el mundo era una radio, nada más. Teníamos prohibido hacer cualquier cosa, salvo esperar a que pasaran las horas, los días. Muy duro, sobre todo como adolescente, viniendo de vivir el furor de tu juventud, los amigos, salir, divertirse... –Con miedo permanente...–Sí. Aunque nos dejaron claro que nos respetarían la vida hasta donde fuera posible, si se producía un intento de rescate, nos asesinarían, sin ningún problema. Si intentábamos fugarnos, lo mismo. Las FARC viven en otro mundo. En la selva ya no existe el cumpleaños de papá, de mamá, fechas especiales. Todos los días son iguales. Ellos dejan que pase el tiempo y el secuestrado es el que se angustia. La incertidumbre es lo peor que puede existir.–¿Os permitían moveros?–Nos dejaban caminar alrededor del campamento. Eso era todo.–Os darían ropa, supongo...–Unos pantalones camuflados y unas camisetas. Nos vestían como guerrilleros, así que si llegaba el Ejército no nos identificaría y podría llegar a matarnos.–¿Con algún guerrillero llegasteis a tener trato más «amistoso»?–Casi todos los que nos custodiaban eran de nuestra edad, pero no se les permitía tener mucho contacto con nosotros por si los convencíamos para fugarse. Esporádicamente hablábamos sobre temas comunes de jóvenes, deportes. Pero si entrábamos en temas políticos, además de que eran muy ignorantes, los jefes cortaban rápidamente la conversación.–¿Pensasteis que os matarían?–No, nunca sentí eso.–Teníais cierto valor...–Claro. Mi madre tenía valor político, el nuestro era económico.–Tras ser liberados, otro golpe: el asesinato de vuestro padre...–Mi padre, después de tres años, logró hacer llegar el dinero del rescate a las FARC. Entonces comenzamos una relación muy estrecha. No tanto como padre e hijos, sino como amigos. Entonces le asesinaron. Lo más paradójico es que mi padre se había convertido en el líder del acuerdo humanitario.–Era su mejor interlocutor...–Era un luchador incansable para que las FARC y el Gobierno se sentaran a negociar. Luego las FARC aceptaron que se equivocaron: el objetivo no era mi padre sino otro político. –¿Qué sentisteis al saber que tu madre iba a ser liberada?–No lo podía creer. Era tan difícil que perdí la esperanza.–¿Ella era la rehén que más tiempo llevaba secuestrada?–La que más tiempo llevaba en la selva fue secuestrada con sus hijos, fue separada de su hijos, su esposo fue asesinado. ¿Qué más? Por un momento pareció que no la iban a liberar. Y me sumí en la desesperación. Hablé con Piedad Córdoba y me dijo: «Tranquilo, que yo le voy a ayudar». Un día que le visité en su apartamento me dijo: «Tu mamá va a ser liberada», pero luego me añadió que podría demorarse un par de meses.–¿Y qué pasó?–Volví a mi casa. Poco después me llamó un periodista que me dice que en televisión «están diciendo que van a liberar a su mamá». Yo le digo: «Mentira», pero él me dice que está seguro. Así que vuelvo a hablar con Piedad Córdoba, que estaba en vuelo a Venezuela, y me dice que no lo ha preguntado. Pero a las dos horas me llama un asistente de ella y me confirma que, efectivamente, iban a liberar a mi mamá. Cuando empiezan a transmitir las imágenes, yo la veía pero me decía «no lo creo».–¿Creías que era una película?–Sí, exacto. Yo la veía y me iba repitiendo, «ahí está, ahí está, está libre, está libre». Y efectivamente, cuando bajó del avión y apenas nos vio se atacó a llorar y nos dio el abrazo más grande. Yo la tocaba en las mejillas para ver si era cierto que estaba allí.–¿Es rentable utilizar a ex guerrilleros como «gestores de paz»?–No sé hasta qué punto puede ser efectiva la mediación de «Karina» ante las FARC, que la consideran una traidora, pero no se puede descartar ninguna iniciativa encaminada a facilitar el acuerdo humanitario. Ojalá me equivoque y «Karina» pueda hacer una buena gestión.
Superar la adversidad«Estaba terminando la secundaria», recuerda, «y quería hacer Administración de Empresas». A muchos el secuestro les hubiera destrozado su futuro. Pero no a Juan Sebastián. Sufrió el zarpazo del terrorismo desde tres puntos de vista distintos: como hijo de secuestrada, como hijo de asesinado y como secuestrado. Pero nada de eso le hizo retroceder. Al volver a la libertad, retomó sus estudios. Recuperó el tiempo perdido en la selva, a pesar de que su madre, Gloria Polanco, siguió allí cuatro años más, y de que, poco después de ser liberado, su padre, Jaime Lozada, fue asesinado. Ahora, con 23, está acabando la carrera que se propuso cuando tenía 15 años. Trabaja en un programa de Resposabilidad Compartida para completar sus créditos universitarios: «Se trata de concienciar a la gente de los efectos nocivos que tiene el cultivo de drogas sobre el medio ambiente en Colombia». Ha superado la tragedia que vivió su familia y trata de mirar al futuro de un país en paz y libertad. Incluso en los peores momentos «se superan muchas cosas», sentencia, «aunque, por supuesto, te haces más temeroso».
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