Literatura
Nuevos espacios para el arte
El director del Reina Sofía, que hoy presenta la nueva ordenación de la colección, explica en este fragmento de su libro «Los Museos del Sur», los cambios en la relación de los centros de arte con los espectadores
Coleccionar es una necesidad, parte de nuestros deseos más profundos, es una forma de conocimiento. Pero no podemos olvidar cómo se construyeron los primeros museos y de qué manera engrosaron sus legados el Louvre, el British Museum y otros. Los fondos de las galerías nacionales se han conformado a menudo como si fuersen botines de guerra. Todos se afanaron en un momento u otro por tener los tesoros más preciados, sean los mármoles de Egina o el busto de Nefertiti. Y estos no han dejado de convertirse, en los últimos años, en un objeto de atracción turística, ese destino neocolonial de las obras de arte acumuladas por los antiguos imperios. Hemos de entender, no obstante, que nuestras colecciones no son nuestras, sino que pertenecen a la humanidad. Conservadores, directores de museos restauradores, etc., son sólo custodios de las mismas, no sus propietarios. Pero las colecciones hoy tienen otros significado. Dar la voz al otro significa que éste tenga capacidad de archivar y repensar su propia historia, de contárnosla. La solución pasaría por la constitución de un archivo universal, una especie de archivo de archivos, que no sólo sirviese para cuestionar la propiedad, sino también para dar voz, y escuchar, al que no la tiene.
Cuestionar al autor
Las historias requieren de una comunidad que las transmita, de mentes en las que reproducirse, de un terreno de cultivo que les permita evolucionar. Si no quieren mantener ese aura, las narraciones han de cuestionar la noción de autor y renunciar a la idea del genio romántico. Ya no podemos pensar la historia como una sucesión de grandes personajes, ni siquiera como el individuo nómada del momento multicultural, sino como una muchedumbre de secundarios, la multitud anónima e hirviente de sucesos, destinos, movimientos y vicisitudes. El autor es un vehículo a través del cual la «biblioteca» de una comunidad busca replicarse a sí misma.
Intrínsecamente ligada a la formación de los públicos, la educación, tanto o más aún que las narraciones que el museo nos propone, es uno de los grandes temas todavía no resueltos en la museografía actual. Ha sido la misma popularización de los centros de arte durante las últimas décadas la que ha puesto de relieve lo acuciante del problema. A menudo asistimos a debates sobre el bajo nivel de la educación, sobre cómo nos vemos «forzados» a dirigirnos más a un espectador cada vez menos preparado. Pero también es cierto que en ninguna otra época había sido tan extensa, ni el acceso a la cultura tan aparentemente fácil. Los museos siguen en su imparable carrera hacia la obtención de cuotas más altas de visitantes. Lo que hasta hace no mucho era una zona reservada a los especialistas y a las musas, se ha convertido en un lugar de encuentro, en el sitio previlegiado para desarrollar nuestras relaciones y nuesta actividad social. ¿Cómo es posible, pues, que justamente cuando el entretenimiento y el tiempo libre se asocian a la experiencia formativa, la educación esté en niveles tan bajo? ¿Cómo es posible que se hable continuamente de crisis de la cultura cuando jamás en nuestra historia reciente había sido la cultura tan multitudinaria?
El problema radica en que continúa sin plantearse una pedagogía como elemento de liberación. La mayoría de programas pedagógicos siguen dificultando el acceso al saber. Dado que la cultura tiende a convertirse cada vez más en una industria y el arte en un elemento de consumo, no es de extrañar que el conocimiento sea sustituido por el reconocimiento. El primero busca saber lo que ingnoramos, se amplía constantemente y es difícil de etiquetar y consumir, el segundo es una marca intercambiable y superficial.
No dejamos de apreciar las buenas intenciones de los museos que invierten considerables esfuerzos y recursos en acercar el arte a su público e idear «outreach programas» con el objetivo de difundir los tesoros que acumulan. Pero estas medidas reformistas no han hecho sino perpetuar algunas de las falacias sobre las que se ha asentado la pedagogía moderna: la transparencia, el progreso y la educación entendida como transmisión.
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