Literatura

Buenos Aires

Onetti un raro del siglo

El próximo día 1 de julio se cumple el centenario del escritor, una de los nombres más heterodoxos de las literatura hispana.

Onetti, un raro del siglo
Onetti, un raro del siglolarazon

Si no se hubiera muerto lentamente en su habitación madrileña (aunque finalmente el telón tendría forma de clínica), Onetti cumpliría el 1 de julio cien años. En su habitación/astillero, permaneció durante cinco años sin salir casi de la cama, quizá, como él mismo afirmaba con sorna, para que «mi perra no me muerda las canillas» . Allí Onetti encontró un paraíso o un infierno, según se mire, a medida de sus personajes: junto a su vaso de whisky y de novelas negras. Se había exiliado de Uruguay en 1975, después que le encarcelaran por estar en un jurado literario donde obtuvo el primer premio un relato considerado obsceno por un perspicaz régimen en temas literarios. En realidad, Onetti se trajo a Madrid su lugar imaginado de Santa María, rival de Yoknapatawpha o de Macondo, nada más que lo ajustó un poco al tamaño de las sábanas de una cama. Bromeando a la vidaÉl afirmó que cuando le otorgaron el Cervantes en 1980 le estropearon un poco el personaje (le han dado este premio a alguien, dijo en su discurso ante los Reyes, «acostumbrado a ser desde su juventud un perdedor sistemático»). La vida en su literatura es lo más próximo a aquel aparato lleno de ruido y de furia que dijo el inglés; un desolado lugar donde podrían haber desembarcado los versos de Eliot amalgamados con el paisaje de Beckett, y algunas gotas de Bernhard. Pero Onetti contó en España con lectores, amigos y admiradores, como si la vida siempre se divirtiera llevando la contraria a la literatura. A semejanza de un personaje de Kafka, también las criaturas de Onetti daban la impresión de quienes derrumban su casa y luego, al no poder hacer con los materiales rotos una nueva casa, se ponen a bailar sobre las ruinas, así su especial sentido del humor, que le hizo llamar una y otra vez un poco antes de morir a la escritora argentina Liliana Mindurri, que acababa de ganar un premio literario con el cuento «Onetti a las seis», y sólo decirle estas palabras: «¿Qué hora es en Buenos Aires?». Liliana siempre pensó que había sido un bromista. Y tenía razón. Onetti es un autor bien entrenado en las técnicas de la novela negra: su primera obra, «El pozo» (1939), se inicia: «Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez». E inicia «Los adioses» (1954): «Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos». El lector tiene esa sensación de acompañar a los personajes de Chandler en su despacho, y de repente, toc, toc, suena en la puerta y empieza una aventura. Habitualmente, hombres perdidos y desolados que llegan a un sitio que no entienden, y donde no hay soluciones ni escapatorias: agrimensores, como diría K., en ciudades olvidadas y destruidas. Así, en «Juntacadáveres» (1964) la llegada de Larsen a la mítica ciudad de Santa María con la intención de establecer un burdel crea un núcleo dialéctico donde el absurdo y la desesperanza nos hace, como dice el escritor en las líneas finales de esta obra hablando de una mujer que se ha colgado, ver «el impudor de su cara ofrecida que, luego de rebotar en la infancia, progresaba acelerada hacia la inmundicia de la senectud, la destrucción». Cruel, irónico, burlón, nos muestra en una sola imagen su visión de la desolación humana. En «Para una tumba sin nombre» (1959) puede ser esa escena de una mujer joven, acompañada de una cabra, que pide dinero a la gente que entra y sale de una estación de trenes de Buenos Aires. Casi con palabras machadianas nos dejó uno de sus consejos para escribir: «No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar». En ese «astillero» creativo que él redujo a una habitación, nos embarcará para siempre en dirección a la verdadera literatura, la que entrega la vida para ganar la palabra.