Chile
Peor que malo bondadoso
No es la primera vez que hablo en esta columna de Roberto Bolaño. Tal vez no sea la última. En esta ocasión lo haré por el estreno de su versión teatral de «2666», novela inacabada, o novela que no tiene fin, y a la que abandonó por motivos inexcusables. Murió en 2003, prematuramente, pero con un mundo literario tan propio, y sobre todo construido pacientemente –qué remedio– en la experiencia amarga de quien quiere vivir para la literatura pero la necesidad te empuja hacia el olvido, que él mismo acabó siendo un personaje sobre el que no pudieron dejar de escribir otros autores. Aparececió en dos novelas de dos amigos, «Mantra», de Rodrigo Fresán», y «Soldados de Salamina», de Javier Cercas. No se puede decir que haya influido en otros autores, sino que se ha constituido en un trozo de madera en el desierto para diferenciar entre literatura y otra cosa. Yo qué sé.
Fundó en México –donde vivió desde los 13 años cuando se instaló allí con sus padres procedente de Chile– el movimiento infrarrealista, un grupo de vanguardia que tenía como objetivo el osado objetivo de arrebatar la poesía de las manos de Octavio Paz y su «guardia de corps». Nada más y nada menos. Quizá lo ha conseguido. Y ahora llega Alex Rigola, infectado por la rotundidad de un texto piadoso con el mal y despreciable con la bondad capaz de perdonar el peor de los crímenes. Peor que malo, demasiado bueno. Bolaño, demasiado humano.
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