Ministerio de Sanidad
Piernas deformes por trabajar en un edificio «enfermo»
Centenares de empleadas en multinacionales energéticas, de telefonía e incluso en hospitales han sufrido los efectos de la lipoatrofia, una dolencia que provoca pérdida de grasa en los muslos.
Desde que en 2006 varios casos en diferentes comunidades autónomas hicieran saltar las alarmas, el término lipoatrofia se ha ido asentando en el diccionario de la salud pública española. Y no es de extrañar, ya que numerosas empresas de gran envergadura -compañías telefónicas, multinacionales energéticas, hospitales y conocidas entidades bancarias, entre otras- han sufrido en sus propias instalaciones este fenómeno aún desconocido para muchos.
La dolencia en cuestión se caracteriza por una alteración en la distribución de la grasa, esto es, pérdida del tejido graso (especialmente en la parte interna de los muslos, la región abdominal y en los antebrazos), y a día de hoy ha perjudicado a un gran número de trabajadoras españolas. Porque la lipoatrofia afecta en su mayoría a las féminas (en más del 85 por ciento). Rafael Tímermans del Olmo, presidente de la Sociedad Castellana de Medicina y Seguridad en el Trabajo, apunta que «aunque sólo se han declarado unos centenares de casos, creemos que en realidad son miles, pero como este problema no implica una baja, no existe un registro oficial».
De hecho, no está reconocida como enfermedad laboral, sino como accidente de trabajo, «a pesar de que hace dos años se modificó el Real Decreto», matiza Tímermans. Existen diversos motivos que provocan la alteración.
En concreto, en el caso que ocupa a estas empresas, se trata de la lipoatrofia que provoca una atrofia de una zona semicircular del tejido fino graso subcutáneo. Y los responsables, según los sindicatos, son la electricidad estática del mobiliario de trabajo y la baja humedad relativa (por debajo del 50 por ciento).
Estas características se dan «en edificios modernos o en los antiguos que han sido rehabilitados», señala Lucila Sánchez, coordinadora de la secretaría de Salud Laboral de UGT de Madrid, quien añade que «el cableado está incluido en la estructura de las mesas o éstas contienen elementos metálicos.
Además, los cables suelen estar debajo y se coloca un falso suelo encima, lo que hace que no queden bien aislados». Aunque la afección no es mortal, sí es visible, y sus antiestéticos efectos desaparecen con el tiempo, motivo por el cual las compañías quitan importancia al asunto. Sánchez denuncia que «cuando se dieran más de cuatro o cinco casos en una empresa debería notificarse a Salud Pública».
No obstante, pese a que las culpas recaen en las conducciones eléctricas, existen otros responsables. Aurora Guerra, jefa de la Sección de Dermatología del Hospital Universitario Doce de Octubre y presidenta de la Sociedad de Dermatología de La Comunidad de Madrid, explica que «el más común es el envejecimiento, junto a las arrugas y la flacidez.
También puede ser de origen patógeno o en respuesta a medicamentos como los antiretrovirales para el VIH, o por microtraumas, pequeños golpes en las piernas por apoyarse en las mesas». Sea cual sea el origen, desde las agrupaciones sindicales piden que se hagan seguimientos en los afectados y se notifiquen a las mutuas aseguradoras para tomar las medidas oportunas.
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