Crítica de libros
Pisando rosas
Como diría Gertrude Stein, el Baile de la Rosa es el baile de la rosa el baile de la rosa, sustancial en su propia repetición, para darnos cada año más de lo mismo. Un corolario de fotos como pétalos para primaverizar la Prensa rosa, que también, de tanto repetirse a sí misma con la seca falta de temas del crudo invierno, acaba tirando del jardín monegasco para rellenar las páginas de turno.Tras el anecdótico desmadre del pasado año, invitando a la «troupe» de la Movida y contando después la cubertería, los valses vuelven a su cauce y el evento saca de nuevo la cresta como escaparate donde la divinidad mueve el bigote y la osamenta haciendo alarde de mullida impasibilidad ante los tiempos de crisis, por más que a más de uno le pueda gemir la cartera al apoquinar el tributo de la invitación. En realidad, su carácter benéfico le da la vuelta a aquella campaña de «Plácido» de «Siente a un pobre en su mesa», transformándola en «Siente a un rico en su mesa», que siempre da más relumbrón, a pesar del riesgo de que algún ex millonario desplumado en la bolsa se tire al mar siguiendo la tradición de los antiguos jugadores suicidas del Casino.Por lo demás, podríamos ponerle música de Jaime Urrutia, «Hay cuatro rosas en su honor, del color de la ropa interior», las cuatro gracias después de Grace Kelly, Carolina y Carlota, Estefanía y su niña la del circo, que dada la precocidad de que hace gala esta raza de princesas, supongo que pronto se irán multiplicando en nuevas copias para satisfacción de fotógrafos, a medida que Alberto seguirá envejeciendo hacia la alopecia provecta sin casarse. Pisando rosas, en la relamida frontera del corazón libre de impuestos.
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