Fotografía
«Se ha perdido la ingenuidad»
cristina garcía rodero / fotógrafa
A Cristina García Rodero jamás le han gustado los alrededores. Ella trabaja en el epicentro de la acción, donde los rostros de las creencias se hacen visibles. Sus instantáneas han captado la extraña geografía humana que envuelve los ritos y las tradiciones. Sus fotos en Haití sobrecogen por su belleza y su crudeza. También porque allí estaba ella, la primera fotógrafa española en entrar en la agencia Magnum, para grabar esos instantes.
–Todavía hay pocas mujeres en la fotografía.
–El reportaje es muy duro físicamente. Viajas sin cesar. Quizá por eso ha habido menos mujeres. No es, por supuesto, por su falta de valía. Ahora hay muchas más. Y en situaciones bélicas, como descubrí en Osetia del Sur.
–¿Qué aporta el reportaje?
–No es sólo una foto. Es una escuela de vida. Conoces otras culturas, personas distintas y paisajes diferentes. Es la vida de verdad. Por eso tiene fuerza.
–¿Y lo más complicado?
–Sacar una buena foto que resuma lo que haces, que sea de calidad y que, como fotoperiodista, sea honesta. Hay que conseguir que la instantánea concentre lo que pasa sin renunciar al arte y que hable del estilo del artista. Una foto tiene que reflejar tres cosas: quién la ha hecho, qué ha ocurrido y que sea verídica.
–Se fija en la figura humana.
–A veces hay miles de personas a mi alrededor, pero son los individuos los que me atraen. Saco pocas fotos generales. Acabo centrándome en un grupo o un individuo. Mi forma de trabajar no ha cambiado en estos treinta años. Te haces más sabia. Aprender a moverte mejor. Adquieres práctica y conocimiento, y tus composiciones son más ágiles y complejas.
–¿Qué fue lo difícil al empezar?
–Hay que vencer muchas dificultades desde el principio. Es la lucha de la creación de la fotografía. Los importante es encontrar la vocación. Es lo que hace que uno aguante y lo que te da la energía para superar los problemas. Luego, lo más complicado es encontrar una estética y tener una obra coherente.
–Empezó en una España muy diferente...
–Se había quedado aislada y la cultura no importaba como ahora. El arte era muy difícil. No había escuelas y muy pocas revistas especializadas. Te formabas con los compañeros. Me dejaron cámaras y luego me enseñaron en el laboratorio. No me consideré fotógrafa hasta que entré en un laboratorio.
–¿Qué opina de las fotografías tomadas con el móvil?
–Recuerdo que en Filipinas hubo un hombre que se crucificaba. Era una promesa. Había caído desde una altura de tres pisos y se había salvado. Era su ofrenda, su agradecimiento a Dios. Era un momento dramático y ahí estaba la gente con los móviles, pasando por delante como si fuera un monumento. Le sacaban fotos. Dolía ver aquello. Bromeaban, se cambiaban unos y luego se ponían otros para salir en la imagen... Hoy todo vale en la fotografía. Todos cuelgan sus fotos y vídeos aunque sean horribles. El móvil y las cámaras de los aficionados resultan útiles cuando son las primeras en llegar a los lugares de las tragedias. Sus imágenes, entonces, representan el primer documento gráfico.
–¿Se ha perdido ingenuidad?
–Todo está cada vez más contaminado. El dinero y la popularidad contaminan y ensucian todas las cosas. Está muy bien que la gente conozca cuáles son sus derechos, pero que no puedas trabajar porque no pagues a una persona... y eso cada vez está más extendido. Antes, sí, había una ingenuidad porque la gente se dejaba retratar, se sentía más protagonistas y había más respeto hacia los medios de comunicación porque decían la verdad. Ahora todo está utilizado. La política es demasiado importante.
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