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Secuestro
Puestos a coger los peores hábitos foráneos, le estamos pillando el gusto a eso del «secuestro exprés» para solventar algún desajuste económico o sentimental. Lo único que nos falta es infraestructura para que «parezca un accidente» -como indicaban los mafiosos a sus sicarios-, y no un sainete como viene ocurriendo. Primero fue Isaac, el novio de Falete. El Adán no tuvo mejor ocurrencia que ir a la policía como «liberado» por no ir a casa del artista en condición de lo que es: un caradura al que sólo le rapta la noche como a Dinio le confundía la puesta. Ayer, un abuelo ludópata se «autosecuestró» con su nieto con la esperanza de que los padres de la criatura pagasen 50.000 euros con los que empachar de monedas a las máquinas tragaperras. Tampoco coló. Fue tener que sostener la mirada del policía en cuestión y derrumbarse. En esta vida hay que ser profesional para todo; hasta para delinquir, permítanme la frivolidad que no lo es tanto. Sea como fuere, por ese ego descomunal que les hace desconocer el límite de sus posibilidades y también de su desesperación. Lo de fingir un secuestro es una posibilidad que no cabe en mi mente. La exasperación económica no es tan aguda como para restarme lucidez y, a día de hoy y con la crisis en todo lo alto, dudo de que alguien ponga dinero encima de la mesa por mí. No tengo a un amor arrebatado esperándome hasta las tantas ante una deserción inesperada de la que sólo cabe excusarse con un engaño. Tampoco poseo amigos y aledaños que estén más boyantes que yo. Con esa realidad tan terca, eso de hacerme desaparecer está condenado al fracaso. Será por sentido del ridículo o simplemente porque no soy como estos que van de crecidos sin darse cuenta que menguan con cada tropelía.
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