Artistas
Siestas
Recuerdo estar repanchingada en el sofá y luego un rato de vacío. Luego ya recuerdo todo con más claridad. Estoy sentada en un sillón frente a un espejo, esperando a que Luismi me haga las mechas. Frente a mi, Cristiano Ronaldo pasa las hojas del Hola! con desdén, mojándose un poco la punta del dedo con un ruido muy ordinario. Lleva blusón, la cabeza envuelta en una toalla blanca que ni Carmen Miranda y algodoncitos entre los dedos de los pies. Junto a él, Pepiño Blanco espera de igual guisa a que le perfilen su piñonera boquita. La escena transcurre con normalidad de peluquería de barrio cuando irrumpe un operario bajito de esos con chaleco reflectante y casco. Tras él llegan unas frondosas cejas y, tras ellas, el alcalde Gallardón. El operario lleva una vara de avellano en forma de «Y» y dice aquí, alcalde, aquí es. Pues entonces ponga las vallas, el cartel y el semáforo portátil y perfore, oiga. La peluquería es un revuelo, pero esto qué es, cuidado, CR9 da grititos. Alto ahí, se oye una voz potente. Irrumpe en la escena Moratinos del brazo de una mona gibraltareña, la del bocao al fotógrafo. Moratinos luce banda de ministro y lleva un bocadillo envuelto en el preámbulo del Tratado de Utrecht. La mona viste trajecito de chaqueta verde agua con sombrerito a juego, estilo reina madre. La peluquería es un caos: perfore he dicho, mire que no hay acuerdo del gobierno, esas cutículas fuera. En el forcejeo verbal Pepiño Blanco apoya a Moratinos, el operario obedece al alcalde y la mona, sin descomponerse, hace ojitos a CR9; cosas de la flema llanita. El operario, de pronto, siente algo. Aquí está. Del agujero sale un vendaval, un geiser. ¿Es petróleo? ¿Es gas? ¿Es la general del agua? Nada de eso. Es un torbellino, un tornado. Se calma y se ve con claridad que lo que ha salido es Rita Barberá girando sobre su eje a gran velocidad, repartiendo bolsazos de marca. No se echen la siesta sin dar antes un paseíto, se lo advierto.
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