San Sebastián

Sin ilusiones

La Razón
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La estética ante el horror de un hombre bueno calcinado por una bomba etarra ha sido luminosa. Las banderas, con la Bandera en el centro, ondeando a media asta. El Presidente del Gobierno y el líder de la Oposición acudiendo juntos al velatorio. Las palabras claras de un «Lehendakari» que sentía lo que decía -olvidemos malos pasos borrados por la esperanza-, y la condena unánime del Parlamento vasco. El féretro que contenía las cenizas, que ya lo eran, de don Eduardo Puelles, vasco, policía nacional, hermano de un «ertzaina» y luchador incansable contra el terrorismo, lo llevaron sobre sus hombros guardias civiles, policías nacionales y «ertzainas». Un mínimo paso dado entre el gran dolor que, de haber gobernado el PNV no se hubiera producido. Por la capilla ardiente desfilaron ex-gobernantes nacionalistas que impidieron, durante años, que la Policía autonómica vasca persiguiera y detuviera a los terroristas. Por la capilla ardiente de don Eduardo Puelles pasó, meditó y rezó mucha gente con la tristeza honda de la verdad, y otra gente con la simple obligación del compromiso político. Millones de personas estuvimos allí con el pensamiento y el alma, y unos cuantos centenares de miles, celebraron con alegría el asesinato cruel del defensor del Estado de Derecho. No se oyó la voz de Alfonso Sastre, ni la de Doris Benegas, ni la de su socio Arnaldo Otegui. En nombre del PNV habló Joseba Eguíbar, que vino a decir que ya era hora de que los etarras pensaran un poco y no cometieran gamberradas. Dureza, la mínima y bien medida, como siempre. No me hago ilusiones. La estética, el cumplimiento de las normas, la aparente estabilidad institucional, algo consuelan. Pero el poder de los que creen que la tierra vasca es suya y que sólo ellos están legitimados para gobernarla, es todavía inmenso. Porque a su poder hay que añadir a los que matan y no se les detenía, a los que hieren y no se les detenía, a los que chantajean y no se les detenía, y a los que coaccionan y no se les detenía. Sumados unos y otros nos topamos con el árbol frutal en su apogeo. El tronco, las ramas y todas las nueces. Se engañan los que piensan que la solemne consternación de algunos ex-dirigentes del PNV ante las cenizas, que ya lo eran, de don Eduardo Puelles, era una consternación sincera. Se oirá pronto, en los próximos días, la voz del Obispo de San Sebastián. Les adelanto el mensaje: «Este asesinato ignominioso no debe entorpecer el diálogo en busca de la paz. Y con el mismo afecto cristiano que enviamos nuestro sentido pésame a los familiares de la última víctima de la ETA, recordamos a los actuales gobernantes de nuestra ¿Euskadi¿ el sufrimiento que padecen los familiares de los presos». Más o menos así. De ahí que las ilusiones se desvanezcan. Porque la sociedad vasca lo que sufre es un episodio cancerígeno con metástasis en la mitad de su estructura. Bien es cierto que la enfermedad no ha superado nunca, a pesar del miedo y la sangre, ese pavoroso porcentaje. Pero la ilusión no puede fundamentarse en la realidad mientras permanezca el cáncer de la brutalidad, del crimen, de la estupidez, de la manipulación, del cinismo, de la maldad disfrazada de pastorales, de sacristías etarras y de forajidos que se presentan a las elecciones desde el odio. Sólo cuando disminuya la extensión del cáncer, la ilusión no será una utopía. Hoy por hoy, en aquella zona prodigiosa de España, el dolor por la muerte de un hombre inocente se supera en medio segundo.