Ciudad Real

Sombreros

La Razón
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El Presidente del Congreso, José Bono, ha ordenado a los estoicos y discretos ujieres de la Cámara Baja que impidan la entrada al Parlamento a todo aquel que no vista decorosamente. Medida dirigida más a los invitados a las tribunas que a los diputados en los escaños. Aún se recuerda aquel burruño de fealdad que protagonizaron los de la Ceja cuando fueron invitados a desalojar la tribuna. Soy amigo de la estética, y las normas de respeto en la vestimenta ayudan a camuflar la antiestética natural de muchos parlamentarios. Besteiro rebosaba elegancia. Pero le ganaba, según Federico García Lorca, Fernando de los Ríos: «Viva Fernando/ de los Ríos Urruti,/ barbas de santo,/ padre del socialismo/ de guante blanco./ Besteiro es elegante…/ pero no tanto». En «Caras y Caretas» se dedica este epigrama al elegantísimo diputado señor Duque de Tamames, don Antonio María Messía del Barco: «He oído hablar de sus honores,/ he oído hablar de su elegancia,/ he oído hablar de sus gabanes,/ he oído hablar de sus polainas,/ de su flor y su monóculo,/ de su frac y sus corbatas,/ de sus cuellos y sus puños,/ de sus cruces, de sus bandas;/ pero de su inteligencia/ no he oído hablar ni una palabra». Y extremadamente elegante era el marqués de la Torrecilla y duque de Ciudad Real, cuyo cochero custodiaba en su landó una muda de camisa del aristócrata por si el calor sudoral le exigía la prenda de refresco. «Ni la Torrecilla es grande/ ni Ciudad Real tampoco,/ pero él es marqués y duque,/ y Grande de España…y tonto». Nos recuerda Raúl del Pozo el deterioro, según Camba, del gusto por la indumentaria en las Cortes Constituyentes de la II República: «Los diputados son sinsombreristas, sinchalequistas y algunos sincorbatistas». Así les fue. Cuando nos alcancen los primeros fríos del otoño, y con Antonio Mingote de Presidente y ejemplo, nos disponemos algunos a rescatar del olvido el uso del sombrero. Un hombre sin sombrero es poca cosa. Toda la cortesía masculina se reúne en esa prescindible prenda que tanto ha contribuido al buen aspecto de muchos tontos. Un tonto con sombrero no dejará de ser tonto, pero será un tonto importante, y por ello, respetable. El sombrero se lleva para quitárselo en el saludo, no por otro motivo. Los sombreros son como las bragas de las meretrices, que se suben para ser bajadas. Pero la estética del movimiento del hombre que se descubre ante una mujer estalla de belleza. Se dice que nadie se ha quitado el sombrero con la cadencia, la armonía y la profundidad del conde de La Cimera, que diariamente recibía en su casa la visita del peluquero para que nadie advirtiera que se había cortado el pelo. Toque de saludo en el ala cuando hay encuentro en la calle pero no detención para establecer charlita. Breve alzada del sombrero en el mismo caso cuando quien se cruza es una mujer. Y descubrimiento total y cadencioso, llevando el sombrero desde la cabeza a lo que dé de sí el brazo izquierdo, cuando el saludo conlleva parada y conversación. Bono no pretende llegar a tanto, lo que mucho lamento. Pero algo de estética y cortesía no nos vendría mal. En octubre, todos con sombrero.