Nueva York
Sorolla: La luz inunda el Prado
De nuevo las palabras de lamento: «Deuda histórica». Fue un artista considerado por críticos e historiadores, por los coleccionistas y por el público en general. Fue un artista incansable -pudo ser el ejemplo del triunfo de un artista-, con una obra de más de cuatro mil pinturas, que vivió sin penurias y atesoró un importante patrimonio representado por la casa que se hizo construir en el centro de Madrid en 1910, hoy sede de su museo y que su mujer, Clotilde, tantas veces retratada por él, donó al Estado tal y como el pintor la dejó tras su muerte en 1923. Fue un artista que expuso en las más importantes ciudades europeas y que, en 1909, cruza el Atlántico para hacerlo en Nueva York, y allí recibir el encargo de la Hispanic Society de la realización de los monumentales murales de «Visiones de España».
Fue, por último, un artista que iluminó la pintura española, literalmente, y la sacó de las tinieblas del 98. Hay algo en su obra que dignifica la vida. Y hay sensualidad. Aun así, el Museo del Prado, la mayor institución artística del país, no le había dedicado la gran exposición que le debía. La última fue en el Casón del Buen Retiro, en 1963, cuando la pintura española del XIX era menospreciada. Ha llegado un momento que se corresponde con la «visión más amplia con la que se aborda en la actualidad la pintura del último tercio del siglo XIX y de las primeras décadas del XX», dice el director del museo, Miguel Zugaza.
Como «exposición clásica» ha definido José Luis Díez, conservador de pintura del XIX y comisario junto a Javier Barón de la muestra, en la que se ha estudiado y se ha puesto en orden la obra de Sorolla. «Hemos saldado una deuda histórica del Prado y lo hemos situado en el lugar que le corresponde», dice el comisario, después de reconocer que mostrar a Sorolla en el Prado «es difícil, muy difícil», porque hay que estudiar y profundizar mucho en su obra para situarlo a la altura de los grandes artistas del museo.
La exposición reúne 102 obras de museos y colecciones españolas e internacionales y es, sin ninguna duda, la mayor antológica que se le ha dedicado porque no falta ninguna de las obras maestras del artista. «Siempre se puede quedar algo en el camino, pero aquí no ha sido así: está todo lo que tiene que estar», incluso «Visión de España», los grandes murales de la Hispanic Society que viajaron desde Nueva York gracias a Bancaja, que también patrocina la exposición. La obra, explica Javier Barón, se ha querido mostrar con la mayor naturalidad: se han restaurado 35 pinturas y «hemos visto a través de fotografías cómo exponía sus obras el propio Sorolla y el tipo de marcos que empleaba».
De esta manera, se han cambiado muchos soportes que el propio Prado remplazó hace años y se han instalado los originales. Sobre todo, en los de las escenas de playa, de manera que «ahora han recobrado su clasicismo mediterráneo que tanto define a Sorolla», según Barón. El color más sensual La exposición tiene un orden cronológico que empieza con las llamadas pinturas de la etapa romana, las que realizó al conseguir una beca para estudiar en Italia a raíz de que pintara «El Palleter declarando la guerra a Napoleón» (1884), siguen las inspiradas en temas sociales, algo que siempre le preocupó y que le dio los primeros reconocimientos, como «¡Aún dicen que el pescado es caro!» (1894), «¡¡Otra Margarita!!» (1892) o «Trata de blancas» (1895).
Continúa con las pinturas de costumbres marineras, donde demuestra su gran calidad técnica y cómo consigue expresar todos los matices del blanco, en especial en «Cosiendo la vela» (1896), o en otras telas de grandes dimensiones, como «La vuelta de la pesca» (1894). El siglo XX arrancará con el éxito de Sorolla en París y en el inicio de una galería de retratos inspirados por la vuelta a la tradición española y, sobre todo, a Velázquez. Entre otros, está el de su amigo «El fotógrafo Christian Franzen» (1904), con el que demuestra su interés por la fotografía (de hecho, mucho de sus encuadres son propios del nuevo medio). Pero será en las escenas de playa donde demostrará su prodigiosa técnica y al sensualidad vital de su pintura, de niños desnudos jugando en la orilla y mujeres vestidas de blanco.
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