Roma
Sustitutivos y asepsia
Creo que ya hay diccionarios en los que no viene una palabra como Pentecostés, y pronto no estará Navidad
Luego de un primer pronto, no parece que sea para extrañarse demasiado, de que, de repente, hayamos retrocedido más de doscientos años atrás para recomenzar una especie de guerra, esta vez y de momento al menos, no contra el calendario pero sí en torno a él; porque lo que ya ha comenzado es que la Europa más bienestante y privilegiada, y su «intelligentsia», van a tratar de fortalecer en este nuevo año –por lo menos entre nosotros, según se dice– la vetusta idea del laicismo como religión de Estado y su imposición a las conciencias, tras la liquidación de la historia y del lenguaje pasado. Creo que ya hay diccionarios en los que no viene una palabra como Pentecostés, y pronto no estará Navidad, que se sustituirá, por ejemplo, por «Solsticio de Invierno» que es como aquello del mes «Nivoso» de los revolucionarios franceses, pero más pedante, o por la denominación más cutre y comercial de Papá Noel.
En un primer pronto, como digo, el asunto causa una cierta perplejidad, y ofrece incluso algunos aspectos algo cómicos; pero, pensándolo bien, esa decisión es la pura expresión lógica de la orgullosa modernidad ideologizada o confesional, que no solamente ha educado ya a varias generaciones en la ocultación de Grecia y Roma, y del judeo-cristianismo, sino en el desprecio y el odio de la civilización a la que todo ese pasado ha dado lugar, y muy especialmente este componente que se llama judeo-cristiano. La voluntad es ser políticamente correctos, y no herir susceptibilidades de la dogmática cultural del tiempo, que sólo puede ofrecer como la única posibilidad de tolerancia y convivencia, y de cualquier tipo de ninguna conflictividad, una abstracción higienizada, la asepsia total de memorias y significados, que hay que renunciar u ocultar al menos. Al igual que la llamada tolerancia y convivencia entre individuos o grupos –realmente sólo un «vivir junto a» en vez de un «vivir con»–tampoco puede aceptar al otro tal y como realmente es, sino en el abstracto filosófico y jurídico de su humanidad. La capacidad para aceptar a los diferentes en su expresión vital total, sin que tengan recortar aspectos de esa expresión, que fue algo que iba de suyo en el pasado, parece ahora cosa imposible. El recorte y la asepsia de las diferencias se impone.
Con la debida asepsia, es incluso probable que sigan estando ahí las catedrales, Bach, Miguel Ángel o Spinoza, pero primero tienen que quedar privados de significado todos ellos. Es decir, deben ser entendidos como productos mentales no significativos, porque nuestras modernas entendederas pueden quedar traumatizadas de otro modo. Flaubert ya había explicado la cosa diciendo provocadoramente que, en último término, este instante nuestro sería el tercer estadio cultural de un largo proceso: «paganismo, cristianismo, y estupidismo». Mientras Nietzsche habla del «instinto de la manada que expresa así su voluntad de poder», arrasando e igualando todo en el ideal del estupidismo flaubertiano para todos; porque no es, como en el odiado cristianismo, «gracias a la igualdad de los hijos de Dios» y guardando cada cual su singularidad, sino «en tanto que esclavos de sus bajas pulsiones gregarias como los hombres son iguales».
Pero es que ser europeo fue desde los tiempos romanos, como Rémi Brague lo define muy nítidamente, «tener, aguas arriba de sí, un clasicismo que imitar y, aguas abajo, una barbarie que someter». Aunque ya se ha decidido que no hay ningún clasicismo que imitar, ni bárbaros que someter, porque daría igual la barbarie que el clasicismo.
Nos pavoneamos, convencidos de que la memoria de éstas cuestiones y las de la verdad y su búsqueda son perfectamente ridículas. Pero, así las cosas, ya podemos asegurar lo que será de la «libertad, la igualdad y la fraternidad», si éstas son iguales a sus realidades contrarias. Como Jean Sévillia escribía este mismo año, ya es más que problemático que vaya a haber otra celebración centenaria más de la Revolución Francesa y de las libertades políticas en Europa, porque ÉSTAS no significarán ya nada.
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