España

Vamos a ganar

La Razón
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Paqui Fernández, la viuda del policía Eduardo Puelles, asesinado por los etarras el pasado sábado, es una mujer admirable, que se ha sobrepuesto al dolor durante el funeral de su marido para gritar contra los terroristas desde el fondo de su corazón. Todo asesinato es una tragedia, algo que ninguna persona decente desea ni acepta, pero ante lo irremediable las escenas de unidad y de coraje que tuvieron Arrrigorriaga y Bilbao como escenarios en los pasados días son la expresión de un tiempo nuevo y de que esta batalla la van a ganar los demócratas y de que, sin triunfalismo ni frivolidad, la banda criminal está más acosada y más desesperada que nunca, deviniendo en una mafia ajena a cualquier idea, por perturbada que sea, que no sea vivir de la extorsión y del tiro en la nuca. Y todo éllo pese a que la sociedad española es muy rara, y que un ladrón como «El Dioni» acaba de celebrar en una discoteca el vigésimo aniversario de su robo al camión blindado que conducía y que debía tutelar. No me digan ustedes que esto es presentable, y que no echan de menos un rechazo social a este festejo desarrollado en que los invitados compartieron una tarta con la forma del furgón en que «el Dioni» se apropió de 298 millones de pesetas del año 1989... Ya sé que el terrorismo es un asunto mucho más grave que las fechorías de «El Dioni», pero no me nieguen que, ante los delitos de diversa índole, hay reacciones sorprendentes que seguirían haciendo a España «diferente» con la misma extravagante maldad que la palabra entrañaba en la propaganda franquista del turismo. Volvamos a Euskadi. El primer asesinato de la era Patxi López ha sido un golpe definitivo para un ser humano, para un hombre bueno y valiente; y un durísimo mazazo para su familia y para todos. Pero la reacción social ha sido más rotunda y menos tibia que en otras ocasiones, Es algo que le se les debe agradecer a Paqui Fernández, a los gobiernos, a la oposición, a las Fuerzas de Seguridad, a la colaboración francesa, a la ciudadanía y al sentido común. Se ha llorado con o sin lágrimas pero nadie, salvo los etarras, debe sentir vergüenza de sí mismo.