Burgos
«Vi una gran bola naranja de fuego»
Algunos vecinos no entienden cómo se permitía aparcar justo al lado de la casa cuartel del Instituto Armado.
BURGOS- «Estábamos durmiendo y, de repente, la ventana se cayó de golpe sobre la cama. Lo siguiente que recuerdo es una bola naranja inmensa y fuego, mucho fuego en la calle». Quien habla es A.S.A., uno de los guardias civiles que vivía en la casa cuartel de Burgos donde ETA hizo ayer estallar una furgoneta bomba. «A partir de ahí –recuerda– se vivieron momentos de auténtico caos y tensión. Salimos corriendo en pijama, con lo puesto, y se oían muchos gritos, mujeres llorando, niños... Todo estaba lleno de escombros y de humo. Su pareja, visiblemente afectada por todo lo ocurrido, asentía con la cabeza mientras A.S. narraba lo ocurrido.Ese mismo pánico es el que recuerda Miguel, hijo de un agente y que en ese momento se encontraba solo en su domicilio. «Se escuchó un "boom"fortísimo y cuando miré la ventana había sido arrancada de cuajo. Luego, comenzamos a salir y sólo se oían gritos en medio de la noche», comenta. Se detiene un momento en su explicación y enseña su pierna, vendada. «Me tuve que hacer yo mismo un torniquete hasta que me atendieron. Pero estoy bien». «Ha sido espantoso, pero por suerte estamos todos bien», dice tratando de consolarse.Los agentes lo llevan algo mejor, aunque algunos prefieren no hacer declaraciones sobre lo ocurrido. Las que peor lo llevan son sus parejas o sus familias. «Ha sido una escena dantesca, horrible, espantosa. Yo vivo aquí... bueno vivía, porque ahora no sé qué ocurrirá ni a dónde iremos», afirma la esposa de uno de los guardias civiles, que prefiere no revelar su identidad. Sólo recuerda una cosa: «Cuando me incorporé y miré para la derecha, vi que ya no había pared». Otra trataba de consolarse y daba «gracias a Dios porque estamos bien». Tampoco quiere dar su nombre, pero le tiembla la mano con la que sujeta la bolsa con sus pertenencias mientras cuenta que «no había ventanas, ni muros, ni nada, todo estaba destrozado». La mujer de un Guardia Civil salía de la casa cuartel abrazada a un osito de peluche. «Tenía que entrar a por él, es el preferido de mi hija». La mayoría de los agentes y sus familiares fueron trasladados a una residencia cercana donde podrán alojarse, aunque a lo largo de la tarde regresaron a la casa cuartel para recoger algunas de sus pertenencias. Y allí, en la avenida de Cantabria, en la entrada, se repetían los lloros, los abrazos y las caras de incredulidad. Y de impotencia, sobre todo de impotencia. Un milagroLa rabia y el miedo se palpaban en el ambiente, aunque en todos los rostros se observaba una pizca de alegría por el hecho de que no había que lamentar víctimas mortales pese a la brutalidad del atentado. Si la bomba hubiese sido colocada en la parte posterior del edificio la situación podría haber sido distinta, pues en ese lado están todas las cocinas y en muchas de ellas hay bombonas de butano. Los que también sufrieron la barbarie terrorista fueron los vecinos de la calle Jerez y sus alrededores. A casi medio kilómetro del lugar del cuartel también se veían signos de destrozo. Cristales rotos que formaban una especie de alfombra por toda la calle, persianas desencajadas, coches con las lunas rajadas... Los vecinos, que no daban crédito a la brutalidad del atentado, tenían que esperar a que los guardias permitiesen pasar a sus casas a por sus pertenencias. «Escuchamos un estruendo de pronto y vimos cómo se rompían los cristales y el balcón» relata Mario Ortega aún sin saber si podría pasar la noche en su casa. La mayoría coincidía en no entender por qué se seguía permitiendo aparcar justo al lado del cuartel a cualquier coche. «Sabíamos que podía llegar a pasar, aunque no te lo acabas de creer», comentaba otra vecina.
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