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White Christmas

La Razón
La RazónLa Razón

En el año 1942, comenzó

a sonar en los frentes de

batalla donde combatían

los ejércitos de Estados

Unidos una peculiar composición

musical. La canción hacía

referencia a unas Navidades como

las que se habían vivido en otras

épocas, esas Navidades en que hay

relucientes árboles engalanados

y niños ansiosos por escuchar las

campanas. Al final, en su última

estrofa, la canción concluía deseando

a todos unos días felices y

brillantes y unas navidades blancas.

White Christmas – que era el

título de una canción destinada a

ser la más vendida de la Historia

de la música popular– se convirtió

de manera espontánea en un símbolo

del deseo de los soldados de

regresar a casa con sus familias y,

sobre todo, de volver a vivir épocas

mejores que aquella como la que,

por aquel entonces, atravesaba el

mundo. Pero la canción no era sólo

eso. En buena medida, constituía

todo un compendio de una cultura

y una forma de vida muy concretos.

Su compositor se llamaba Israel Baline

y había nacido en Rusia oriental

el 11 de mayo de 1888. Huyendo de

la intolerancia social y religiosa, su

familia emigró a los Estados Unidos

donde encontró ciertamente libertad,

pero también un mundo difícil.

Su padre murió al poco de asentarse

en Nueva York y, con tan sólo ocho

años, Israel comenzó a trabajar en

las calles para mantener a su madre

y al resto de la familia. A inicios del

siglo XX, cuando se ganaba la vida

como camarero cantante en algunos

restaurantes, Israel se cambió

el nombre por el de Irving Berlin y

comenzó a componer. Entendámonos.

Berlin no pudo ir más de dos

años a la escuela y jamás aprendió

a leer o a escribir música, pero tenía

un extraordinario y prolífico talento

musical, tanto como para que no le

arredraran esas circunstancias. A lo

largo de su vida –una dilatada existencia

de 101 años– Berlin compuso

novecientas canciones, diecinueve

musicales y las bandas sonoras de

dieciocho películas. En 1924, Jerome

Kern que, junto con Cole Porter

era uno de sus grandes rivales dijo:

«Irving Berlin no tiene lugar en la

música americana. Él es la música

americana». No exageraba porque

su música extraordinaria era una

manifestación continuada de toda

una manera de ver la vida centrada

en valores como la fe en Dios, el

amor a la familia, la lealtad a la Patria,

el trabajo honrado, el esfuerzo

continuo y la lucha contra los prejuicios

raciales y religiosos. Buena

prueba de lo que afirmo es que el

God bless America de Berlin ha sido

la única canción que ha estado a

punto de sustituir al actual himno

nacional y que sus Navidades blancas

se han convertido en la canción

navideña más popular a pesar de

estar escrita por un judío, eso sí,

casado con una católica. En estos

días, quiero desear a los lectores

de LA RAZÓN que en las próximas

Navidades –las del 2008– nuestra

nación descanse sólidamente sobre

valores como la defensa de la

familia, como la cultura de la vida,

como la libertad, como el amor a la

Patria, como la desaparición de los

prejuicios y como la recompensa del

trabajo honrado y que las presentes

Navidades –las del 2007– sean como

las de antes, felices, con los seres

queridos, rebosantes de amor y, si

es posible, incluso blancas.