Elecciones en Reino Unido
Bruselas teme un «negociador débil» que frustre un acuerdo de salida
La UE no quiere retrasos en las conversaciones. «Podemos empezar mañana», avisa Juncker.
La UE no quiere retrasos en las conversaciones. «Podemos empezar mañana», avisa Juncker.
Bruselas respondió ayer con flema británica al resultado adverso de Theresa May. Las dudas tras este cambio en el tablero son muchas, pero la capital comunitaria prefiere seguir hacia delante dejando claro que quienes deben apagar el fuego son aquellos que han prendido la mecha. «Espero firmemente que Reino Unido esté preparado para la apertura de las conversaciones. Que la Comisión sepa, podemos arrancar las negociaciones mañana por la mañana a las nueve y media (por hoy), por tanto, esperamos una visita de Londres; confiamos en que no se produzcan retrasos adicionales en la conclusión de las negociaciones», aseguró ayer el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
En los pasillos comunitarios se había acogido con entusiasmo lo que parecía una jugada maestra de la «premier» británica: un adelanto electoral con el que aplastar al principal partido de la oposición y conseguir el necesario respaldo interno que le permitiera ser un negociador si no fácil, al menos fiable, durante el Brexit. «Con un interlocutor débil, existe el peligro de que las conversaciones sean malas para las dos partes», reconoció ayer el comisario de Presupuestos, Günther Oettinger, en una entrevista con la radio alemana tras conocerse el resultado de los comicios británicos. Las cancillerías europeas preferían y siguen prefiriendo, un hueso duro de roer, pero con un mandato claro, antes que una líder impredecible que cambie de opinión según los vientos favorables de unos u otros socios de Gobierno.
Truncado este relato en las últimas horas, Bruselas intenta ajustarse a los nuevos tiempos. El primer temor palpable reside en un nuevo retraso en el comienzo de las negociaciones, justo cuando va a cumplirse un año del referéndum. Pero las capitales europeas intentan exorcizar este temor reafirmándose en el calendario de negociación establecido, independientemente de que éste sea a priori realizable o no.
«No sabemos cuándo comenzará el Brexit, pero sí cuándo terminará. Hagan lo posible para evitar un resultado de ‘no acuerdo’», tuiteaba el presidente permanente del Consejo, Donald Tus, en un mensaje con tono de amenaza. En la misma sintonía aunque con un tono algo más contemporizador, iban las palabras del jefe negociador de la UE, Michel Barnier, al afirmar que «las negociaciones del Brexit deben empezar cuando Reino Unido esté preparado; el calendario y las posiciones de la UE están claras. Concentrémonos en llegar a un acuerdo». En los pasillos comunitarios, se plantea la posibilidad (al menos en un plano teórico) de una extensión de las negociaciones. El Artículo 50 del Tratado de Lisboa fija un periodo de dos años desde la notificación de salida por parte del país concernido. Un tic-tac inexorable que no admite parón de ningún tipo, pero cuyo plazo puede ampliarse si así lo solicita Reino Unido y recibe la luz verde por unanimidad de las Veintisete capitales europeas y que podría convertirse en el único salvavidas en caso de que antes de marzo de 2019 el choque de trenes se vuelva inevitable. A pesar de esto, el calendario esbozado hasta ahora no contemplaba esta hipótesis debido a la convocatoria de las elecciones a la Eurocámara en mayo de 2019, que abocaría a un laberinto kafkiano de difícil resolución: eurodiputados británicos formando parte de una nueva legislatura europea en representación de un Estado que ya no es parte del club.
Oficialmente, Bruselas no quiere especular sobre posibles prórrogas y parece haber encontrado en esta espada de Damocles la mejor estrategia para obligar a Reino Unido a no seguir dilatando los plazos. Un curioso cambio de papeles, ya que había sido hasta ahora May la que había mostrado sus preferencias por el abismo de un no-acuerdo antes que por una solución contraproducente para los intereses británicos.
Tras el anuncio del pacto con los unionistas del Ulster, la «premier» británica parece haberse asegurado la permanencia en Downing Street. Pero todo indica que la Theresa May que envió la carta a Bruselas el 29 de marzo puede no ser la misma a partir de ahora y que su Brexit duro puede tornarse en blando. Aunque fuentes diplomáticas prefieren no aventurarse sobre el tono que adquirirán las negociaciones y se limitan a reseñar que la misiva enviada por Londres y las líneas rojas de Bruselas siguen siendo el punto de partida del divorcio.
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