Política

Acoso sexual

Todos contra Kavanaugh

Christine Blasey Ford durante su comparecencia en el Senado/Foto: Reuters
Christine Blasey Ford durante su comparecencia en el Senado/Foto: Reuterslarazon

Christine Blasey Ford ha testificado ante la Comisión Judicial del Senado durante una audiencia que podría determinar si Kavanaugh será confirmado para el cargo

«Creía que me iba a violar. Grité. Cuando lo hice, Brett me tapó la boca con la mano. Era difícil respirar. Y pensé que Brett me iba a matar accidentalmente». Así habló la profesora Christie Blasey Ford. Fue un espectáculo eléctrico. Televisión cortocircuitada por historia. Droga dura para un país quebrado en trincheras. Suicidado en las guerras púnicas, las batallas culturales y el cainismo político que lleva a las elecciones legislativas de noviembre. Blasey Ford finalmente testificó ante la comisión del senado de los EE UU. Frente a los senadores que votarán la candidatura del juez Brett Kavanaugh al Tribunal Supremo. Lo hizo con voz a ratos quebrada. Consciente de la importancia histórica del momento. Aconsejada en todo momento por sus abogados. En mitad de una tormenta que no hace sino crecer. Con más mujeres, entre ellas dos compañeras de estudios en Yale, añadiendo sus voces a las denuncias por el comportamiento sexual del entonces estudiante Kavanaugh.

Desde luego la denunciante parecía recordar casi fotográficamente lo sucedido. «El hueco de la escalera», dijo, «la sala de estar, el dormitorio, la cama en el lado derecho de la habitación, al entrar en la habitación, había una cama a la derecha, el baño muy cerca» y, ay, «la risa, la risa estruendosa y la múltiples intentos de escapar y la capacidad final para hacerlo». «Estoy aquí hoy no porque quiera estar», comentó en otro momento, «Estoy aterrada. Estoy aquí porque creo que es mi deber cívico decirles lo que me sucedió mientras Brett Kavanaugh y yo estábamos en la escuela secundaria». Fue particularmente dramático, y a ratos melodramático, observador como todos los senadores competían por disculparse ante ella por haber forzado su declaración, y agradecían su coraje, y recordaban las muy reales amenazas de muerte que Blasey ha recibido en los últimos días.

Sunlen Serfaty, de CNN, reprodujo las dramáticas palabras de la congresista demócrata Jackie Speier a las puertas del comité. «Vi sus caras [dijo Speier, refiriéndose a los senadores republicanos] muy de cerca. Y al Senador Flake [Jeffry, senador republicano por Arizona] en particular se le veía muy apenado. Le dolía lo que estaba ocurriendo durante el testimonio. Está claro que algunos de los miembros del comité se sienten muy incómodos con la forma en que se ha manejado esto». Lo que más me preocupa de este proceso, abundó, es escuchar su voz vacilante y el hecho de que estuviera aterrorizada, que explica por qué las mujeres no hablan. Y lo que los republicanos están haciendo en el Senado, todos estos hombres, lo que están diciendo a las mujeres en este país, es no se hablen porque si lo hacen las interrogaremos, las trataremos como a criminales y las crucificaremos».

Rachel Mitchell, fiscal especializada en delitos sexuales, lideró parte del interrogatorio. Arrancó diciéndole a Blasey que «lo primero que me llamó la atención de tu declaración esta mañana fue que estás aterrorizado. Y solo quería que supieras que lo siento mucho. No es justo». Será difícil que los republicanos puedan seguir adelante con la nominación Kavanaugh y no pagar un precio brutal en las elecciones. Más todavía después de que Blasey se reafirmase en su absoluta disposición a ser interrogada por el FBI y los lamentos, por parte de los senadores demócratas, respecto a la negativa de los republicanos a que el Buró abra una investigación oficial.

El juez Kavanaugh no cedió un milímetro. Si el alegato de Blasey fue emocionante, el auto redobló la apuesta. A punto de romperse, pero también duro, mientras la gente, a las puertas del Capitolio, gritaba «Encerrad a los violadores, no a nosotros», proclamó su inocencia.

«Este proceso de confirmación se ha convertido en una desgracia nacional», añadió. «La Constitución otorga al Senado un papel importante en el proceso de confirmación. Pero ustedes han reemplazado el el consentimiento y el consejo por una caza y captura». Había rabia genuina, un cóctel de pasmo y miedo, en la voz de un hombre acorralado.

Habló de una operación caza. Definió el proceso como un circo. Cuestionó las alegaciones en su contra. «No lograrán intimidarme para que abandone este proceso. Lo han intentado con dureza. Con todo lo que tienen. Nadie puede cuestionar vuestro bien coordinado y financiado esfuerzo para destruir mi honor y a mi familia, pero no cederé. Las viles amenazas de violencia contra mi familia no me lograrán que abandone. Podéis venderme en el voto final, pero nunca abandonaré».

Visiblemente enfadado, el juez remarcó que le pueden derrotar «en un voto final», pero insistió en que no conseguirán que «renuncie» a la nominación para el máximo tribunal estadounidense, un puesto que es vitalicio.

En un proceso que ante la ausencia de pruebas lo apuesta todo a la emotividad, Kavanaugh logró contrarrestar la avalancha de las previas horas con testimonio, cuando menos, igual de dramático.

Por si fuera poco estos días cumple un año el movimiento #MeToo. Nada más tóxico en semejante contexto que contemplar a una mujer que denuncia un caso de acoso sexual y cae bombardeada por la ira de sus enemigos. Con independencia de lo que uno piense respecto a la colisión entre la política y los sentimientos, que nadie subestime la arrasadora potencia de una fotografía con capacidad icónica suficiente para transformarse en emblema de los últimos años. Lo que ayer en el Comité Judicial de EE UU aullará en los libros de historia durante mucho tiempo.