Música
El otro Plácido da el do de pecho
El hijo del gran tenor confiesa que «jamás me dio por el canto. Quizá creía que necesitaba la bendición de mi padre». Con su aprobación y tras haber compartido escenario en más de una ocasión con él, Plácido Domingo Jr. presenta su primer álbum de estudio, «Latidos».
El hijo del gran tenor confiesa que «jamás me dio por el canto. Quizá creía que necesitaba la bendición de mi padre». Con su aprobación y tras haber compartido escenario en más de una ocasión con él, Plácido Domingo Jr. presenta su primer álbum de estudio, «Latidos».
S u padre es el rey de los escenarios, pero Plácido Domingo Jr. desarrolla desde hace casi una década su propia carrera como cantante. Ahora presenta su primer álbum, «Latidos», grabado a lo largo de los últimos años y con el que estará de gira en Portugal, Rumanía, Rusia y Brasil.
–«Latidos» incluye versiones modernas de clásicos de los cincuenta y sesenta...
–Son once temas inmortales que han interpretado desde Nat King Cole a Dean Martin y Frank Sinatra, pero cada uno está hecho con un arreglo distinto: alguno quizá parece tango, otro bossa nova, otro rumba o bachata. Y todos son de Pier Music, la editorial, así que funciona muy bien.
–Antes de ser cantante trabajó durante años como arreglista y compositor, ¿las adaptaciones de este álbum las hizo usted?
–No, tuve ideas con el productor, pero los arreglos en sí están hechos por tres genios: Eugenio Vanderhorst, Vinicio Ludovic y Milton Salcedo. Y, claro, participó mi productor, Juan Cristóbal Losada. Él fue discípulo del gran Bebo Silvetti, el que le produjo a mi padre los dos discos de «Alma latina» y el de las canciones de Agustín Lara. Hay que rodearse de gente buena y con mucho talento.
–José Feliciano, Arturo Sandoval y su padre, entre otros, le acompañan en varios de los temas, ¿cómo fue la experiencia de grabar con ellos?
–¡Una odisea! Los únicos con los que tuve el gusto de trabajar en persona fueron Ana Isabelle, la cantante y actriz puertorriqueña, y José Feliciano, que estuvo en Pier Music. Yo ya tenía mi voz grabada, así que ellos llegaron a poner sus voces y Feliciano, fantástico, agarró su guitarra e improvisó unos solos increíbles que han quedado inmortalizados en «Perfidia», el tema que cantamos juntos. El maravilloso dueto afroamericano Black Violin puso sus pistas en «Tres palabras». Para trabajar con Arturo Sandoval fui a su casa en Los Ángeles, donde grabó su trompeta. Y a mi padre le pedí que se escapara unas horitas, también en Los Ángeles, y vino al estudio a hacer «Bésame mucho». Mi padre ha hecho montones de duetos y discos así: termina de cantar una función, que es cuando tiene la voz más clara, y se va, aunque sea media noche, a un estudio a grabar.
–Fue él quien le animó a cantar, ¿cierto?
–Estaba grabando un disco de los poemas de Juan Pablo II del que fui productor ejecutivo y para el que compuse tres temas. Como todo el repertorio era nuevo, mi padre me dijo: «Oye, métete al estudio y aunque sea me cantas un poquito la melodía para estudiar el estilo de la canción que me has compuesto». Yo nunca había grabado, pero me pusieron un micrófono y lo hice. Cuando mi padre los oyó me dijo: «¿Y por qué no cantas?». «Porque ya lo haces tú, basta con uno en la familia», le contesté. Me convenció al decirme: «Yo soy cantante de ópera, lo que tú haces es completamente distinto». Así nació la idea. En diciembre de 2009 tuvo un concierto en México, en el Paseo Reforma, y ahí me tiró a cantar frente a un público de medio millón de personas.
–Los escenarios son algo reciente, aunque se ha dedicado a la música desde su juventud...
–Trabajo como compositor, autor y productor desde los 20 años. Pero jamás me dio por el canto. Quizá pensaba que necesitaba la bendición de mi padre. Me lo podían haber recomendado cien personas a lo largo de los años y no les hubiera hecho ni caso, pero viniendo de él, sabiendo en lo que me metía, pensé: «Si cree que estoy capacitado para esto, entonces, sí».
–Sin embargo, cantar ópera no entra en sus planes, ¿o sí?
–No porque no tenga la voz, porque la tengo, el problema es que hace falta una disciplina y un tipo de técnica que no he desarrollado. Aunque no digo que no, igual en un par de meses encuentro un profesor que me coloca la voz para un barítono lírico y me lanzo. No lo sé.
–Por más habilidad natural que posea también habrá tenido que estudiar para desempeñarse como compositor...
–Claro, debes aprender la teoría para poder ponerlo en papel. Pero, después, tu musicalidad, sensibilidad y estilo es algo que vas desarrollando como parte de lo que sale de ti y de lo que has escuchado. Un compositor y arreglista siempre tendría que estar oyendo música: sinfonías, óperas, estudiar autores. Lalo Schifrin, que escribió la de «Misión Imposible», dice siempre que el genio es el que sabe escoger bien sus influencias.
–¿Y cuáles son las suyas?
–Definitivamente, en la ópera, Puccini. Los musicales de Andrew Lloyd Webber. Mucho Bernstein. Y luego Chaikovski, Stravinski y Kórsakov.
–¿Le engancha lo de subirse al escenario, la energía del público?
–Me gusta, pero sobre todo porque le canto a la gente, porque estoy haciendo algo que me divierte. No lo veo como una profesión, aunque en eso se está convirtiendo, sino como un hobby. Para mí no es trabajo hacer un ensayo ni cantar un concierto. Lo duro es contestar correos, leer contratos, mandar arreglos, los viajes, las entrevistas. A veces paso 12 horas al día trabajando y no abro la boca para cantar. Además, muchas veces tengo que hacerlo solo, porque no es fácil encontrar a una persona que hable cinco idiomas y tenga idea de música para que me ayude.
–Usted, en cambio, sí habla cinco lenguas y vive entre Miami, Madrid, Londres, Roma y Viena...
–El castellano lo hablo por mis padres; el italiano porque tuve una niñera que viajó cuatro años con nosotros; el inglés porque de niño, antes de ir a España, me llevaron a Nueva Jersey; el francés y el alemán porque estudié en Suiza y en Viena. Tengo oído de músico, eso ayuda. Y en cuanto a los viajes... desde pequeño viajaba solo por el mundo. Con seis años me dejaba un tío en el aeropuerto, con el pasaporte y el billete, y me iba a Viena, donde me recogía uno de mis padres o su asistente. Así que para mí es normal vivir en hoteles, con maletas, entre aviones. Hay gente que no lo aguanta, que se moriría si tuviera que estar una semana detrás de mi padre.
–¿Y su madre sí puede seguirle ese ritmo a él?
–Intenta ir a bastantes cosas, está muy activa. Ahora dirige «Los cuentos de Hoffmann» en la ópera de Los Ángeles y después hará la «Traviata» en San Diego. También es directora de escena; es decir, está ocupada. Cuando puede, va con él, aunque no se hace un salto hasta Pekín por 72 horas, prefiere acompañarle en una ciudad donde estará más tiempo.
–Su propia familia también está dispersa en distintos países, ¿cómo se organizan para verse?
–Lo intentamos. El año pasado alquilé una casa en Marbella para pasar unos días juntos. Este estuve diez días en Valencia y vinieron dos de mis hijas a verme. Pero una vive en Nueva York, la segunda en Los Ángeles y la otra en Londres, con su madre. Además, siempre hay una vacación familiar en Acapulco, en agosto, donde nos reunimos toda la familia. Allí llegamos a reunirnos hasta 42 personas.
–¿Alguna de sus hijas tiene vena musical?
–Las tres poseen unas voces prodigiosas. La mayor, que es la que en mi opinión es más musical, es también una pintora fantástica. Puede hacer arreglos alucinantes sólo de oído, se pone a cantar e improvisar armonías y contrapuntos sobre un «lead mellody». Es alucinante. La pequeña, de 15, tiene mucha voz y mucho carácter. Está en una escuela supervisada por Andrew Lloyd Webber en la que preparan para teatro y música, aunque también estudia todas las asignaturas normales. Está haciendo lo que le gusta, eso es lo más importante en la vida.
–¿Y cuándo viene por Madrid?
–En julio. Tengo que encargarme de las audiciones de un musical que estoy montando y que compuse. Es una historia romántica sobre un vampiro. Lo voy a intentar presentar en España en octubre de 2018. Es la primera vez que escribo una obra entera, una gran novedad.
–¿Qué visita cuando viene?
–Voy al viejo Madrid: la Plaza Mayor, la de Santa Ana, el Teatro Real. Y para comer con la familia vamos al Mesón de Txistu, al Asador Donostiarra, Casa Lucio o Zalacaín. El Bernabéu no falta. Si está jugando el Madrid vamos a ver un partido. Son lugares fundamentales, igual que los teatros. Me tengo que parar en 100 montaditos y cuando voy por Arenal, en San Ginés a tomarme un chocolate con churros. Me encanta Madrid, es una ciudad llena de vida y alegría. Los españoles son fantásticos.
«No veo al mito, veo a mi padre»
Plácido Jr. (en la imagen, junto a su padre en el concierto Plácido en el alma, en el Bernabéu)
y el tenor compartirán escenario de nuevo en mayo, en México, donde debutó Domingo como intérprete. Sobre cantar con su progenitor, afirma: «Es una experiencia muy hermosa porque estás saliendo al escenario con tu padre; la gente ve al artista, pero se nota que la interacción entre nosotros es de padre e hijo. Él está orgulloso de lo que hago, así que me hace sentir cómodo y tranquilo. Además, para mí es fácil porque yo no veo al mito, al monstruo, al artista. ¡He vivido con él toda la vida! No importa si lo disfrazas de Otelo, yo sigo viendo a mi padre. Así que me guío por la admiración, el respeto y el cariño que le tengo como hijo». Además de ese espectáculo compartido en Puebla, que se realizará a beneficio de la Cruz Roja, el tenor pasará por Madrid para dirigir, el 19 de mayo, a la orquesta sinfónica Freixenet de la Escuela de Música Reina Sofía. El Teatro Real acogerá el concierto y la recaudación de la noche será destinada a las becas para los alumnos de la escuela, que este año conmemora
su 25º aniversario.
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