Famosos
Pretenden que Julián Contreras Jr. no hable de su madre
Un abogado lo llamó para recomendarle que no cite ni evoque a su madre, Carmina Ordóñez. Le preguntó las razones, pero no dijo nada más. Él lo mandó a la mierda
Un abogado lo llamó para recomendarle que no cite ni evoque a su madre, Carmina Ordóñez. Le preguntó las razones, pero no dijo nada más. Él lo mandó a la mierda
Hay que preguntarse quién pretende imponerle ese veto casi inhumano. Está fuera de toda lógica y comprensión. Es irracional tratar de prohibir, citar o evocar a una madre, pero se lo han recomendado a Julián Contreras Jr., pequeño de Carmen Ordoñez, que no sale de su asombro. Lo compartimos en verdadero alucine:
–Me llamó un abogado advirtiéndome de que dejase de hablar de mamá. «No debes hacerlo», dijo. Pregunté las razones, pero no dijo más. Lo mandé a la mierda.
–¿Quién? ¿Quiénes pueden impedir que un hijo rememore a su madre incluso comercialmente, que no es el caso?
Pero el tabú se rompió días atrás, cuando María Teresa Campos le hizo debutar en «¡Qué tiempo tan feliz!», comentando un vídeo con grandes momentos maternos. Nos devolvieron su desafiante y deslumbrante belleza. Emocionó a Julián, ya no Juliancito, ni siquiera el Junior, que así le llamaba la ahora fantasmagórica y añorada que tanto animó «el corazón» de los mejores años del género. Yo estaba escribiendo su biografía, titulada «Divinamente». Nos veíamos en nuestro adorado Tánger, donde se autoexilió. Faltó a una cita el 16 de julio y el 23 se fue para siempre. Abandoné el proyecto sin ella para autorizar el texto.
Tachada de venderlo todo, estuve en su tercera boda, con exclusiva lógica de por medio, y con una generosidad que muchos todavía ignoran mandó a su agencia vendedora que me diesen gratis diez fotografías. De nada sirvieron las protestas del que negociaba el asunto con el medio que inventó –en mala hora– este mercadeo. Y tuve el material que publiqué en «Época» con lógico despliegue, incluso adelantándome a la revista que pagaba. Era incontenible y ahora quieren que nos refiramos a ella como «la innombrable» y no seré yo quien rompa o me salte el criterio judicial, aunque suene a dislate. ¿Cómo impedir que el hijo de sus entrañas la cite constantemente, que suspire un «¡madre mía!», no sé si también punible, o añore los trágicamente buenos días perdidos –magnífico título de Antonio Gala que escenificó la irrepetible Mary Carrillo. ¿Penarán, castigarán o censurarán que despierte con su nombre en la boca como hacen los bien paridos? Y él lo fue, con su enormidad física y una templanza forjada a golpes, incluso cuando era Juliancito. Siempre se diferenció por ser responsable, serio y de una madurez infrecuente a sus pocos años. Ella, la hoy «innombrable», lo adoraba y disfrutaron en sus años de Marrakech, divididos en dos etapas de cuatro y seis años, muchos compartidos en vacaciones con unos hermanastros que entonces lo cuidaban en el chalé adosado de La Palmeraie, donde mamá ejercía de relaciones públicas protegida por la familia real alauita, que la invitaba a sus bodas y hasta la nombró fugaz directora de su pabellón en la Expo 92. Alternaba trabajando para el anticuario Adolfo de Velasco, que apadrinó su errado tercer «sí, quiero», y también con la agencia «Dafi Tours», que ni le pagó.
Una vez nos llevó a un grupito formado por Pitita Ridruejo, el pobre Mike Stianopulos, tan señor, y Julio Ayesa, y almorzando en la piscina de La Mamounia nos topamos a Saint Laurent, engordado y comiendo ensalada ¡con una cuchara! Nos traumatizó viendo temblar de manera incontenible sus prodigiosas manos de creador y último genio de la Alta Costura. A Julianito lo adoraba especialmente Francisco, el primogénito, porque Cayetano siempre fue menos expresivo o acaso tímido.
Encontré la otra noche al matador de ojos verdes cuando Moviestar adelantó sus retransmisiones taurinas para esta temporada. Fue en la Academia de Bellas Artes rodeados de Goyas auténticos, entre ellos, su autorretrato. Él comienza ya en Olivencia: «Sólo haré unas treinta corridas y está bien», anticipó ante una escotada Ana Obregón y la princesa de Orleans, que nadie entendió qué pintaba allí siendo antitaurina. Cayetano mostró su cordialidad de siempre y no ahondó en la anunciada retirada del hermano mayor. Se corta la coleta sin dejar tras sí una estela triunfal como la de su abuelo, el gran Antonio, al que tanto se parece en cambiante carácter.
«Uno siempre sabe por qué se retira, pero es algo muy personal», matizó ante Morante de la Puebla, rompiendo monotonía como al torear con camisa y pajarita fucsia casi entonado con los rojos pantalones de un permanentemente ensimismado –motivos no le faltan, ¡ay, ese José Fernando!– Ortega Cano con chaqueta de terciopelo negro estampado. Fernando Fernández Román, añorado en las retransmisiones de La Primera, compartía palabras con Vicente Zabala y Rubén Amón, tan volcados en la Fiesta Nacional proscrita en Barcelona hasta por el propio Pedro Balañá, que se niega a reabrir su imponente Plaza Monumental, donde en l965 actuaron los Beatles con sólo media entrada. Las Arenas ha sido convertida en unas galerías comerciales.
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