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«Hay ciudades preconcebidas que parecen ser maravillosas; luego te asomas a un balcón y te decepcionas»

«Hay ciudades preconcebidas que parecen ser maravillosas; luego te asomas a un balcón y te decepcionas»
«Hay ciudades preconcebidas que parecen ser maravillosas; luego te asomas a un balcón y te decepcionas»larazon

Entrevista a Javier González-Cotta, escritor y periodista

El mejor símbolo de Estambul son sus barcos, en especial, aquellos que cruzan el Bósforo para llevar y traer viajeros de un continente a otro. Lo son porque la propia ciudad es como ellos, mecida por las aguas, mantiene su rumbo en la historia pese a los vaivenes a los que está sometida sin perder su incierta cadencia. Alejado de los lugares de postal, el escritor y periodista Javier González-Cotta ha unificado bajo el título «Estambul» (Almuzara) una personal colección de reflexiones y miradas de la incansable y agotadora ciudad turca, que hoy centra la actualidad indignada.

–Umberto Eco se leyó antes de ir por primera vez a Estambul «Constantinopla», de Edmundo de Amicis, pues quería leer lo que ya no se podía ver. ¿Qué ciudad se puede recorrer en su libro?

–Es un recorrido muy personal e íntimo por la ciudad, ajeno a los lugares turísticos, aunque no ha sido de una manera pretendida ni presuntuosa. Por vocación natural y profesional me ha gustado recorrer los sitios más insólitos siempre a pie. Lo cual es raro en una ciudad tan vasta como Estambul.

–Pues no está hecha para el pie humano.

–Bueno, si las piernas responden creo que sí, porque hay que hacer un poco de ejercicio, ya que las cuestas son terribles.

–En Santa Sofía está el «Omphalion», que durante siglos se consideró el verdadero ombligo del mundo. ¿Taksim es ahora el nuevo para los que ya no aguantan más?

–Podría ser, quizás sería ahora el otro Gran Bazar, que es donde van todos los turistas. De todas formas, allí se da una confluencia muy heterogénea, ya que contra la egolatría de Erdogán hay gentes de ideologías opuestas. Es más, debe estar pasando algo muy gordo cuando protestan al alimón hinchas del Galatasaray o del Besiktas, que son enemigos declarados.

–¿Dónde reside el magnetismo de Estambul, que sigue atrayendo a tanta gente desde siempre?

–Pues podría ser en su luz. Se trata de una de estas ciudades que yo llamo mestizas, tristoides, como Lisboa o Trieste y ésta es fascinante. Más allá del tamiz turístico que pueda tener, tiene algo natural que es la melancolía, que recomiendo a todos los que tengan este sentimiento. Debe siempre visitarse en invierno, hay ciudades invernales, y ésta es una. Hay que dejarse atrapar por esa luz gris, mezcla de los mares Mármara, Negro y Mediterráneo.

–A veces la ciudad se ve mejor desde la ventana de un autobús.

–Es una ciudad ciclotímica. Hay lugares totalmente silenciosos, donde se escuchan los maullidos de los gatos, los ladridos de los perros callejeros o el canto de los vendedores ambulantes. Un silencio casi de convento, pero al doblar una esquina te chocas con una ciudad alocada, ruidosa y con una sonoridad propia.

–¿Sorprende más su espíritu en los libros o en plena calle?

–Todo encuentro a veces es una decepción. Hay ciudades preconcebidas que parecen ser maravillosas; luego te asomas a un balcón y te decepcionas. No pasa eso con Estambul, pero si se buscan rutas literarias sí que decepciona, porque ha cambiado totalmente.

–Visiones y olores...

–Además de los de las especias, hay otros más urbanitas y de contrastes. Huele a humedad, verdín, yodo y también a estufas en los barrios históricos, que es donde más se nota el pulso de la ciudad.