Literatura
«La saga de ‘‘Juego de tronos’’ me hizo tener ganas de escribir fantasía»
Desde que era pequeño y durante toda su adolescencia, Joe Abercrombie leía sin falta «El señor de los anillos». Después vendrían E. R. Eddison, C. S. Lewis, Michael Moorcock, Ursula K LeGuin, y tantos otros, hasta que los grandes nombres empezaron a escasear y los títulos populares de los 80 y 90 empezaron a desencantarle del género. «Eran todos iguales, con personajes planos y muy maniqueístas. Parecía más importante el paisaje que la historia», comenta Abercrombie.
Desencantado, dejó de leer fantasía hasta que a mediados de los 90 sus amigos le insistieron que tenía que leer «Juego de tronos», de un tal George R. R. Martin. «Lo cogí escéptico, pensando que ya sabía lo que iba a pasar, pero me reencontré con lo que a mí me gusta de la fantasía, una épica oscura, con personajes complejos y tramas de grandes ecos. Ahí es donde decidí que yo también quería escribir», asegura Abercrombie.
A partir de ahí surgió «La voz de las espadas», que se convirtió en la trilogía «La primera ley» y que le ha hecho vender más de dos millones de libros y convertirlo con Martin y Patrick Rothfuss en la gran estrella de la novela fantástica. Ahora regresa con «Medio rey» (Fantascy), una novela que nos presenta a Yarvi, hijo menor de un rey, con una malformación en un mano, que tendrá que gobernar y luchar contra su propio destino.
– ¿Qué le ha hecho dejar la oscuridad de sus otras sagas e iniciar esta aventura?
– Dinero. No, en serio, un editor de novela juvenil se me acercó y me pidió una novela. La idea me rondó mucho tiempo por la cabeza hasta que encontré el personaje y se me ocurrió una trilogía que podría ser perfecto tanto para mis viejos lectores, como para un público más juvenil
– ¿De donde salió el personaje de Yarvi?
– Estaba con mis hijos en un parque y de repente me fijé en un niño de ocho o nueve años que tenía una malformación en un brazo y que le costaba entrar en el juego con los demás niños. A partir de aquí pensé en una sociedad como la vikinga, con la importancia del rol heroico, y cómo alguien así podría llegar a liderar a todo su pueblo.
– Yarvi suple sus déficits con su ingenio e inteligencia.
– Me interesaba el desarrollo de un personaje que luchase contra sus propias limitaciones y rompiese la lógica de la vida que parecía estar encerrado. Las batallas que aparecen en la novela son paralelas a las batallas internas a las que tiene que hacer frente. Es un niño que se convierte en hombre que se convierte en rey y que ha de aprender a ser despiadado.
– Una sociedad pseudovikinga domina la intriga.
– Siempre me ha fascinado este pueblo, muy mal juzgado por los estereotipos. En las novelas históricas y de fantasía o puedes hacer hablar a todo el mundo como adolescentes americanos de hoy día o puedes mostrar su aislamiento respecto a la actualidad y mostrarlos en su propio contexto. Eso es lo que he intentado hacer.
– ¡Le sorprendió el éxito de sus libros?
– Claro. Los escritores, por un lado, somos egomaníacos y por otro inseguros. Cuando me rechazaban agentes y editoriales, pensaba al mismo tiempo que eran unos miserables estúpidos y por otro que yo no servía para nada, que la mezcla violencia y humor no servía. El éxito te confirma y reconforta y es maravilloso verte traducido al hebreo o al chino.
– Supongo que el éxito de «Juego de tronos» le haberá granjeado nuevos lectores.
– Claro, y eso está muy bien, porque el problema del fantástico es que cuando tiene éxito, deja de serlo, se convierte en otra cosa. «El señor de los anillos» parece otra cosa aparte. Harry Potter, ni siquiera se piensa como fantasía. Siempre que triunfa, se ningunea y desprecia, es ridículo, y la gente sigue creyendo que es «Dragones y mazmorras» o «World of warcraft».
– ¿Y nunca ha sentido la tentación de escribir algo que no sea fantástico?
– No veo muchas diferencias entre lo que yo hago y la novela histórica, por ejemplo. Lo bueno del fantástico es que no tienes que hacer documentación, tienes esa libertad, y me encanta. No me veo escribiendo una novela romántica, pero si surge una idea...
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