Barcelona
Santa Llúcia imperecedera
BARCELONA- La Fira de Santa Llúcia concluyó ayer con su habitual aspecto navideño en los aledaños de la catedral. Los visitantes han tenido la oportunidad de detenerse en las ya tradicionales paradas de pesebres y figuras (123 en total este año), árboles y vegetación (96 paradas), artesanía (60 paradas) y zambombas y juguetes musicales tradicionales (4 paradas). Además de sus habituales actividades navideñas como el Tió Gigante. La tradición barcelonesa de la feria se remonta a 1786, y ni siquiera la terrible epidemia de fiebre amarilla que padeció la ciudad en el año 1860 impidió su celebración, por lo que este año se conmemoraba el 227 aniversario.
El día 13 de diciembre, festividad de la santa, se celebraba una solemne fiesta religiosa a la que acudía en multitud toda la ciudad. Antes de la ceremonia, se cantaban los Gozos de Santa Llúcia, muy populares, atribuidos al célebre poeta conocido por el sobrenombre de Rector de Vallfogona, y a la conclusión se pasaba una reliquia de la santa por los ojos de los asistentes que así lo desearan, en la creencia de que curaba la vista. Las mismas virtudes curativas y milagrosas se atribuían ese día al agua bendita de una pequeña pila de la capilla románica, anexa a la catedral y fundada por el obispo Arnau de Gurb, en la que se veneraba la imagen de Santa Lucía. La gente se lavaba con ella los ojos, lo que dio lugar a que la pila se convirtiera con frecuencia en un foco de infección, y por ese motivo se ordenó vaciarla.
Fue costumbre durante un tiempo que todos los ciegos de Barcelona formaran largas filas el día de la fiesta en los alrededores de la citada capilla, sentados en una silla y pidiendo limosna con voz plañidera. Tenía esto mucho que ver con el hábito, muy arraigado entre los barceloneses, de acudir a la santa cuando querían obtener alguna gracia, prometiendo a cambio dar limosna a todos los mendigos ciegos que la pidiesen por esas fechas en los aledaños de la capilla.
A Santa Lucía, abogada popular contra las enfermedades de la vista, la tenían por patrona todas aquellas personas vinculadas con las artes de la aguja y la costura –esto es, sastres, modistas o costureras– que necesitaban conservarla bien, la vista, porque con ella se ganaban la vida. Y para honrarla cumplidamente, no trabajaban el día de su patrona, por mucha faena que tuviesen. Al respecto, era opinión extendida en algunas zonas que a las que cosían ese día, el 13 de diciembre, se les acortaba la vista en siete años o que la aguja se les clavaría en un ojo eran cuenta.
En el gremio de las artes de la aguja se incluían asimismo los colchoneros (oficio ejercido tradicionalmente en exclusiva por judíos y moriscos), los artesanos de las colchas y los alpargateros. Todos, pese a utilizar agujas de más de un palmo de longitud, invocaban por patrona a Santa Llúcia y reclamaban su protección. A ellos se sumaban los estudiantes, arguyendo que el leer y estudiar consumía la vista. Estos últimos aprovechaban la fiesta para llevar a cabo todo tipo de diversiones y bromas, entre ellas la de «coser viejas», que consistía en coserle a alguna anciana, aprovechando las aglomeraciones, el vuelo inferior de la falda a la parte superior, de modo que, al irse a levantar, dejara al descubierto la ropa interior.
En cuanto a la Feria propiamente, la más importante de las que se celebraban en Barcelona, se vendían, como actualmente, todo tipo de figuras, casitas de corcho, musgo y adornos vegetales para vestir el paisaje. Era costumbre que la visitara toda la chiquillería de la ciudad en compañía de los padres, y se consideraba como una obligación la compra de alguna figura o elemento decorativo.
Era por otra parte una creencia muy extendida que la joven que visitara a Santa Llúcia en su capilla encontraría pronto un digno pretendiente, motivo por el cual muchas madres de las poblaciones cercanas acudían con sus hijas casaderas a Barcelona. Y con idéntico afán de encontrar una «bona pubilla» se desplazaba también a la feria la juventud masculina barcelonesa.
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