Opinión

Entonces empezó todo

En 1961, se estrenó una de las películas más provocativas de Stanley Kramer. Relacionada con los juicios de Nüremberg, la acción era ficticia, pero reproducía con bastante corrección la degeneración de la justicia en la Alemania nazi. En una memorable secuencia final, un juez alemán, interpretado por Burt Lancaster, asegura pesaroso al juez norteamericano, encarnado por Spencer Tracy, que nunca pensó en que todo acabaría en el infierno que fue el III Reich. La respuesta de Tracy es que todo empezó la primera vez que el juez, presionado por el clamor popular y los políticos, aceptó dictar una sentencia injusta. Confieso que he contemplado con angustia los acontecimientos en torno a la sentencia de la Manada.

El porqué este caso en concreto ha contado con semejante cobertura mediática mientras otros iguales o peores caen en el olvido sería tema para discutir largo y tendido. No lo haré hoy. Sí deseo señalar que es aterrador contemplar cómo millares de personas, incluidos políticos, periodistas y vividores de ONGs, atacaban una sentencia que no habían leído. Casi tan espantoso como asistir al bochornoso espectáculo de gente que criticaba los distintos votos de la sentencia sin tener los conocimientos más elementales de derechos, esos que capacitan, por ejemplo, para diferenciar un asesinato de un homicidio, un robo de un hurto o una violación de un abuso.

Con todo, creo que el colmo fue cuando el ministro de Justicia – que no ha dimitido guiado quizá por el ejemplo de su compañero Montoro – se permitió escuchar los gritos de la calle antes que respetar la independencia judicial y arremeter contra un juez cuyo criterio se podrá discutir, pero cuyo voto particular está redactado de manera punto menos que irrefutable. Durante siglos, hubo españoles que soñaron con un futuro en que no existiera una inquisición que abrasara en la hoguera a los disidentes, unas mazmorras donde acabaran dando los que aborrecen la libertad o con poder simplemente decir lo que pensaban. La ideología de género, convenientemente atizada por ONG, partidos y colectivos ya ha demostrado que puede retorcerle el brazo a los medios y a miembros del Gobierno. Muchos lo verán como un avance, pero en un futuro próximo nos percataremos de que así comenzó todo: el final de la presunción de inocencia, de la igualdad ante la ley y de la independencia de jueces e instituciones.