Opinión

Pablo, el militante... y el votante

Todavía asentándose el poso de la victoria de Casado, los primeros análisis a propósito del cómo, del por qué y sobre todo de lo que puede suponer en el tablero político nacional, no han conseguido sustraerse a la inevitable y casi ineludible comparación con otros casos de nuestra política. El «ADN» de los principales partidos es sustancialmente distinto en la izquierda y en la derecha españolas, pero, en esta ocasión, algún elemento sí establece alguna analogía entre las realidades de Casado en el PP Y Sánchez en el PSOE, más allá de las similitudes generacionales, parece que académicas o de rivalidad previa a sus respectivos triunfos en primarias con el «aparato» de regiones clave como Andalucía ahora con sonido de tambores electorales. El más importante de esos elementos ha sido sin duda alguna, en unos procesos donde la última palabra no la tienen ya los sanedrines de turno en Génova o Ferraz, la capacidad de conectar con el sentir de la militancia, de los «patas negras» que pegan carteles, echan altruistamente sus horas en las sedes del pueblo o del barrio y se identifican con un ideario-fuerza nuclear que da identidad a la existencia del partido más allá del obligado pragmatismo de conectar con un electorado cada cuatro años.

Tal vez sea cierto que, como en el caso del PSOE, el desenlace del congreso extraordinario popular de este fin de semana supone que el militante está más a la derecha que el votante, pero también lo es algo tan evidente como el hecho de que la prioridad de una organización que aspira a llevar el timón del país recibiendo un amplio apoyo social es poner primero en orden su fuero interno, no desdibujar las señas de identidad que le dieron razón de ser y mantener una esencia nuclear. Después ya llegarán las formas de llegar a un electorado más transversal y un pragmatismo en el día a día de la acción política que en ocasiones, para mayor quebranto de casos como el fugaz sorayismo y en mayor medida el marianismo, se han confundido con la mera acción de gestión, sin tener en cuenta la variante de que al gobierno de un partido no se le evalúa con los mismos parámetros y escala de valores que la conducción de una empresa por muy exitosa que sea. Ergo, primero el militante y después el votante, salvo que quiera llegarse a este último con una carcasa vistosa pero hueca. Casado sí lo vio.

En ese apartado, el de la gestión, Rajoy se marcha con una de las más brillantes hojas de servicio en toda nuestra democracia y su legado será más reconocido según avance el tiempo, pero su perdición final, con piedra de toque en una moción de censura cuyas consecuencias no supieron verse venir hasta que la ola lo había arrasado todo, ha sido precisamente la que siempre se le achacó, sublimar la gestión en detrimento de hacer política, algo que en última instancia incluso le acabo inhabilitando en clave interna para gestionar su propia sucesión. Toca pues preguntarse por qué el PP ha pasado de 186 escaños en 2011 a 90 hoy en las encuestas cuando resulta que los españoles viven mejor. Deberes veraniegos para Pablo.