Opinión
El techo de «VOX»
No es la primera vez que escribo sobre fenómenos como el de «VOX», formación ya colada de rondón en nuestra fiesta política. Hace semanas esta columna ponía el acento en unos desatinos de los principales partidos –empezando por el que hoy gobierna España– equivalentes a una masiva compra de papeletas para que la formación de Abascal evolucionase desde la marginalidad hacia algo bastante más tangible. Hoy, con el inexorable transcurso del tiempo, testigo del deterioro paulatino del estado de derecho, el desprecio a las instituciones y la persistencia del órdago a la integridad territorial del país, esa evolución parece estar en fase de eclosión, con números contantes y sonantes.
Los que ofrecen los sondeos incluido el CIS vaticinando la entrada de «VOX» en el próximo Parlamento andaluz y muy probablemente en el nacional y los que muestran una capacidad de movilización impensable tan solo hace unos meses. Ni siquiera sirve ya preguntarse qué está pasando para que se den demostraciones de fuerza como la mostrada en la presentación de candidatos en Sevilla o el reciente acto de Murcia con un local abarrotado y dos mil seguidores en la calle. Nuestra historia reciente conoce precedentes como el partido de Ruiz Mateos, el «GIL» y otros proyectos solo efímeros o coyunturales, pero la irrupción de esta formación a la derecha del PP parece tener más que ver con otros fenómenos que llegan para quedarse teniendo en cuenta que la situación política, marcada por el órdago al estado con la Corona como primer trofeo, más que con un mero sarampión, con lo que se corresponde es con otro caso surgido hace tan solo siete años, también a la raíz de otro clamor social reflejado en el «15-M» y muy hábilmente canalizado por Pablo Iglesias y su núcleo duro de «flautistas de Hamelin» para conformar lo que hoy conocemos como Podemos y sus franquicias. Llegaron y vaya que si se han quedado, para desgracia de los goznes del sistema.
«VOX», –como ocurriera con aquel «Podemos»– ofrece hoy en su fase de «brote verde», eso que obviamente gusta de ser visto y oído por un nada despreciable núcleo electoral conservador –que no fascista– en un momento en el que toda la simbología y el imaginario de unos valores y de unos principios muy concretos se ponen en entredicho día sí, día también. El fenómeno tiene tan poco de espejismo y mucho de real, –véase el lamentable episodio de Murcia «Ortega Lara vuelve al zulo»– como que ya hay una izquierda «cerebro rapada» dispuesta a lanzarse al barro de la confrontación frente a la «extrema derecha». Mal haría el PSOE en caer en la tentación de subirse a ese carro. «VOX» defiende postulados radicales, pero dudo que sean más anti constitucionales que el ideario pregonado por Podemos, por no hablar de los espantapájaros de Puigdemont. Ayer el 20-N resultó toda una prueba; ni desempolvaron camisas pardas ni cantaron el cara al sol, sencillamente –que cosas– reivindicaron la corona y la unidad nacional en sus mítines andaluces. Ergo cabe preguntarse ¿cuál es a día de hoy la amenaza real para la nación española?
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