Opinión
Justicia cósmica
La vida es muchas veces injusta. La gente es casi siempre injusta, y a quienes tienen hambre y sed de justicia una amiga judía asegura que llegará el momento en que se les aplique una especie de «justicia universal» o, más bien, una «justicia cósmica», algo con lo que mi escepticismo crónico es incapaz de comulgar. Kevin Spacey ha sufrido en sus carnes un juicio popular, un juicio de la prensa, una condena de gentes que han querido acabar con su vida y con su carrera acusándole del tan manoseado acoso sexual. En la semana previa a estas fechas tan especiales ha sacado a la luz un vídeo en el que, además de desear felices Navidades y año nuevo al público, garantizaba que toda la basura que han vertido sobre su persona es mendaz y que confía en que así se demuestre en los tribunales cuando mañana, 7 de enero, declare ante la Corte americana por los delitos que se le atribuyen.
De forma parecida le ha ocurrido a Morgan Freeman, a quien se le absolvió recientemente de todas las faltas que pesaban sobre su persona, promovidas por el movimiento «me too», que permite acusaciones indiscriminadas sobre productores, actores y todo tipo de gentes relacionadas con el show business y también con personajes sobresalientes de cualquier ámbito.
Sócrates creía también en la existencia de un concepto cósmico y hacía énfasis en una moral que debía ser vista desde una óptica diferente a la del hombre para ser entendida. Platón, sin embargo, defendía las tres potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad, virtudes esenciales para que el ser humano sea justo, pero esto nos hace poner los pies sobre la tierra; el cosmos es un concepto que se acerca a la entelequia y, como tal, solamente existe en la imaginación de cada uno. Aun así, y manteniéndonos en las teorías de los sabios, no cabe negar que somos parte de ese cosmos y, como tales, piezas del rompecabezas de la humanidad, de la comunidad humana. Trozos de carne con aristas que dañan al de al lado de forma gratuita, como lo demuestran los hechos.
El año que se fue vino marcado por el desorden y la injusticia. El que acaba de empezar es incierto, ya que no se puede prever lo que está por venir. Todos los pronósticos son siempre hipótesis que pudieran ser acertadas o no, eso solo lo sabe el cosmos. Otra vez el cosmos. Y a todos quienes viven en la confusión y el desespero solo les queda la paciencia como arma existencial.
Se supone que hoy han venido los Reyes Magos a nuestros hogares y que nos han dejado dosis suficientes de ánimo como para seguir tirando del carro. Cuando contemplemos el futuro debemos recordar que todas las situaciones se desenvuelven del modo en que lo hacen sin tener en cuenta cómo nos hacen sentir. Nuestras esperanzas y temores ejercen influencia en nosotros, pero no en los acontecimientos. Buscar la oportunidad en ocasiones requiere armarse de valor, pero el bien y el mal, el éxito y el fracaso no son más cosa que categorías simplistas que eclipsan otras interpretaciones más útiles de los acontecimientos, ya que no deja de resultar infructuoso proyectar las propias esperanzas y temores en el futuro: solo conduce a dramatizar y perder el tiempo.
Tenemos todo un año por delante para contemplar el desarrollo de una serie de proyectos que no han hecho más que empezar y no sé si los Magos de Oriente habrán dejado en el mundo suficientes dosis de justicia cósmica, ellos que también son entelequia.
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