Opinión

¿Qué hacemos con los hijos?

Mi hermana es muy dada al cotilleo por los cajones de los muebles de nuestra madre. Hojeando pasaportes y carnets de identidad ha logrado averiguar las edades de la abuela, las tías, de la propia mamá porque era algo tabú entre las mujeres de la familia el hablar de los años: los años y la muerte no se podían nombrar, siendo como son algo consustancial a la vida de cada uno de nosotros. Todos cumplimos años y todos hemos de morir, cuanto más tarde mejor, sí, pero lo que el hombre ha hecho siempre, desde que el mundo es mundo, es morirse. Pero dejemos esos detalles y vayamos al grano. El otro día encontró un tesoro plasmado en la foto de mis abuelos con sus seis hijos, tres chicos y tres chicas, muy guapos todos ellos, muy atléticos y deportistas, fueron campeones de natación, y ellas muy monas y pizpiretas. Tendrían en aquella foto entre los dieciocho y los veintitantos años, todos iban muy seguidos en cuestión de edad, y siempre fueron muy disciplinados dada la educación del abuelo, que no se andaba con bobadas a la hora de llevarlos a todos como una vela, y eso quedó plasmado en la imagen que miro una y otra vez.

A mí me llevaron como una vela también, he de reconocerlo. El bigote de mi padre inspiraba mucho respeto y nadie osaba llevarle la contraria porque sus miradas eran como sables que te atravesaban de un lado a otro. Nunca le agradeceré bastante la disciplina que logró imbuirme, pese a mi rebeldía natural que manifesté desde que pude pronunciar las primeras palabras, y también estoy reconocida a los educadores de mi colegio que también contribuyeron a construir la cabeza cuadrada que hoy tengo, bien es cierto que no sé si con muchas o pocas neuronas, pero con lo que hay voy tirando.

Este Gobierno de progreso que acabamos de estrenar quiere dar carta de naturaleza a la práctica del aborto libre sin límite de edad, de manera que tanto una mujer de treinta y tantos como una niñata diecisiete años puede deshacerse del niño que está engendrando sin ningún tipo de problema. Pero vayamos a otro capítulo donde esto que acabo de comentar se desdice si entresacamos una frase de la ministra Celaá donde asegura que «no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres». O sea que sí pertenecen para matarlos cuando están en el seno materno pero no pertenecen para decidir qué tipo de formación educacional, ética, moral o religiosa quieren darles, y con esto me estoy refiriendo al tan traído y llevado «pin parental» que quieren implementar en la región de Murcia, una herramienta para que los padres puedan vetar contenidos en las aulas. ¿Qué criterio tienen los pequeños para decidir lo que han de aprender o qué enseñanzas han de adquirir para una formación completa y equilibrada que los convierta en el futuro en personas preparadas para vivir en sociedad? Los individuos que hemos gozado de una educación amplia y completa hemos tenido la opción en la madurez de elegir el camino que nos lleva a una vida no solo plena sino también coherente, y esa es la mejor herencia que nos dejan los progenitores, pese a las miradas como sables. No son los gobiernos quienes tienen que decidir lo que debemos aprender. No quiero que mi descendencia sea guiada por quienes componen el Consejo de Ministros, quiero que mi hija transmita a sus hijos los valores que han vertido los bisabuelos sobre los que hemos venido detrás. No puede haber nada más bonito que la estirpe, y no hablo ahora de nobleza. Nada más apreciado que el marchamo de un clan honesto que cada uno llevamos grabado en la frente. .