Opinión

De repente, el Estado

Una ficción se está instalando en el pensamiento único a raíz de la pandemia del coronavirus. La fábula consiste en sostener que el Estado ha vuelto. Esto suele venir rodeado de retórica solemne, que gusta a los académicos, los políticos y los medios de comunicación. Así, se nos asegura que el mundo será muy diferente, que habrá un cambio de paradigma, que será necesario repensar la economía, etc. Nunca faltan los que alegan que la irrupción del Estado es aplaudida por el Foro de Davos o el Fondo Monetario Internacional o el Financial Times, que son exponentes sobresalientes del liberalismo. Y, como en el tango, todo es mentira.

El Estado no ha vuelto por la sencilla razón de que nunca se marchó. La histeria que desató en la corrección política la caída del Muro de Berlín ha generalizado la leyenda de unos Estados reducidos a su mínima expresión en las últimas décadas «neoliberales». No sucedió nada ni parecido en ninguna parte del mundo. Los Estados siguieron creciendo, como indican los datos de gasto público, impuestos y deuda pública. Su tan traído y llevado «desmantelamiento» jamás existió.

Otra cosa diferente es que el antiliberalismo hegemónico utilice las crisis para legitimar la expansión del Estado, que es algo que siempre ha hecho: lo hizo en la última crisis y lo está haciendo ahora. Pero eso no significa que el Estado haya vuelto de donde nunca se fue.

Nadie sabe si el mundo será diferente o no, y en qué lo será. Lo que sí sabemos es que el antiliberalismo pretende promover su agenda con la excusa del «nuevo paradigma». Eso es lo que invitan a «repensar». Se están cargando de razones, pero de falsas razones, como es falso que Davos, el FMI o el FT sean voceros del liberalismo.

El repertorio argumental recoge viejos bulos sobre el capitalismo, el debilitamiento de lo público, el aumento de la desigualdad, los campeones nacionales (o europeos), el crepúsculo de las ideologías, o el apocalipsis climático; y también jaleará nuevos, como la reindustrialización, y, naturalmente, la sanidad. Otra vez, identificarán con simpleza el mayor gasto público en sanidad con una mejor sanidad. Y eludirán reconocer que la defensa del Estado de bienestar es siempre el ataque a las contribuyentes.