César Vidal

Adiós, María Antonia

A este lado del Atlántico, me llega la noticia del fallecimiento de María Antonia Iglesias. La conocí cuando ya no era la cuasi-omnipotente jefa de informativos de TVE y, tras mandar casi todo, no mandaba nada. Los dos formábamos parte del grupo de contertulios de la mesa del debate del programa matinal de María Teresa Campos. Paloma Barrientos, productora del programa, afirmaba que formábamos pareja artística. No era cierto. Se trataba simplemente de que éramos tan diferentes que nos juntaban para dar espectáculo. Porque no podíamos coincidir menos. Ella, mujer y yo, hombre; ella, de izquierdas y yo, liberal; ella, defensora de los nacionalistas vascos y catalanes y yo, continuo avisador de su verdadera naturaleza; ella, admiradora de monstruos políticos de Arzalluz a Felipe González pasando por Pujol o Fraga, y yo, creyente en una sociedad civil que no tuviera la menor necesidad de sujetos semejantes; ella, de misa diaria y yo de lectura cotidiana de la Biblia. A pesar de más de una zaragata, yo le tenía afecto. Recuerdo, por ejemplo, cómo en cierta ocasión me pidió que le regalara mi novela «El testamento del pescador», porque, ese domingo, había escuchado en la parroquia al sacerdote algunos párrafos y le había interesado. «He pensado», me dijo, «que para qué coño me lo voy a comprar si tú me lo puedes dar». Y, efectivamente, acertó porque estuve encantado de obsequiarle una copia dedicada. También me acuerdo en la última temporada que estuve en el programa de que un día, circunspecta y a solas, me pidió si podía hablar con «Mari Tere» – lo dijo ella, no yo – para que volvieran a ponernos juntos en la tertulia. A la sazón, la enfrentaban con un periodista de derechas del que decía que era un grosero y que no la dejaba hablar. La verdad es que debía de ser un hacha para lograr silenciarla. Yo la comprendí porque guardaba en la memoria aquella otra ocasión en que me espetó mientras la ayudaba a moverse tendiéndola el brazo: «Si todos los de derechas fueran como tú, el mundo sería otra cosa». Y, seguramente, tenía razón aunque eso no significa que fuera a ser mejor. La perdí de vista hace años aunque, de vez en cuando, me llegaban noticias de que se encontraba enferma. Ahora la desanudadora de destinos ha venido a llevársela. Espero encontrármela algún día al otro lado de este velo que lleva a muchos a pensar que hay otra vida cuando, en realidad, es sólo una continuación de la presente.