Ángela Vallvey

Año..

Termina el año. Sombra que pasa. El que viene ya se descubre: una promesa del tiempo. Queremos un año lleno de júbilo y fortunas, que lo bueno caiga del cielo, como nieve que nadie espera ni controla ni ha hecho nada por ganar. Pero la ventura también requiere de siembra y cuidados. La dicha se recoge como la buena cosecha. Claro que también hay que dejarle al tiempo que haga lo que es propio de su oficio. Porque el tiempo es la mejor medicina incluso para los casos que parecen incurables.

Un deseo. Un año que no levante murallas ni distancias que enfrían la piel del alma, sino caminos de razón y de gozo bajo un cielo como un eterno cristal claro. Un año de atenciones, de quehacer honrado, de hogar limpio con flores. De dignidad. Un año con las manos abiertas, las manos levantadas. Días largos en los que la ilusión renazca o parezca que nunca se hubiese ido. Un año generoso, un buen año. Con calles limpias y aire fresco. Con niños bien alimentados y mujeres que no tienen necesidad de taparse la cara o de salir huyendo de su casa a medianoche, ni de morir a golpes por la ira del hombre que un día creyeron amar. Un año con lluvias que llenen los pantanos, que acicalen las aceras, pinten los amaneceres, que revivan a los árboles que merecen crecer, retoñar. Un año con un suave verano sin perros abandonados, en la carretera o en medio del campo, por unos amos que no han logrado aprender lo que es amar. Un año próspero, venturoso, con trabajo abundante. Un año como una fiesta de Rilke. Alegre, con algo de indolencia vacacional y mucho de presteza para atrapar la gracia, la luz, las rosas de la vida del huerto de Ronsard.