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Carlos Rodríguez Braun

Burda energía

Burda energía
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El ministro José Manuel Soria anda de capa caída desde que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia deslizara que debió callarse la boca y no hablar de «burda manipulación» en la subasta eléctrica de diciembre, que dio lugar a la previsión de un encarecimiento de la tarifa eléctrica del 11%. Su exabrupto se volvió contra él incluso antes del informe de la CNMC, porque efectivamente había sido burdo, es decir: tosco, basto, grosero. Ahora bien, en un sentido etimológico, lo que es burdo es la energía. En efecto, burdo proviene del latín «burdus», que significa bastardo, cuya primera acepción en el DRAE es «Que degenera de su origen o naturaleza». Esto es lo que ha sucedido con la energía, y desde luego no constituye Soria su primer capítulo. De hecho, no lo constituye ni siquiera el oneroso delirio ecológico de Smiley. No tiene sentido, como hace la izquierda habitualmente con ignara solemnidad, acusar al «oligopolio» de las eléctricas, que por supuesto establecen connivencias con el Estado, como hacen muchas otras (piénsese en bancos y constructoras, por ejemplo), pero que nunca podrían hacer lo que hace éste, a saber, colgar del recibo de la luz toda suerte de gravámenes y subsidios, centrifugando los costes hacia millones de consumidores. Abusaron las autoridades tanto de este cómodo sistema, que acabaron generando, ellas solitas con sus contradicciones, un fabuloso déficit de tarifa. Cuando estalla el conflicto, nada más sencillo para las eléctricas que poner un sencillo anuncio donde el ciudadano puede confirmar que cuando paga la luz no paga la luz sino... la política. Lo mismo sucede, por cierto, cuando paga el combustible o el tabaco. ¿Qué pasará ahora? Pues que habrá enredos varios supuestamente técnicos a propósito del cambio de la subasta que no es subasta en un mercado que no es mercado. El poder se ocupará de que luz suba pero no hasta el punto en que la ciudadanía se indigne peligrosamente. La próxima vez que usted vea a nuestros ministros reclamar seguridad jurídica ante las inversiones de empresas españolas en el exterior, recuerde la vieja sabiduría evangélica sobre la paja en el ojo ajeno.