José Luis Alvite

Cadáver equivocado

Cadáver equivocado
Cadáver equivocadolarazon

Aunque me lo recomiendan quienes sé que me quieren, creo que ya no tiene sentido que deje de fumar. Sería como si después de haber asesinado a millones de judíos, el cabrón de Heydrich anunciase que renunciaba a su licencia de cazador de conejos. Suele ocurrir que los placeres acarrean consecuencias y que no estás libre de morir atropellado por el tipo que conduce el coche que un día le vendiste porque estaba viejo y temías matarte por culpa de fallarle la dirección en una curva. En algún momento tendría que ocurrir y siempre supe que llegado ese día no tendría motivo para sorprenderme, ni una buena razón para quejarme. Supe también desde niño que habría de enfrentarme a la vida sin hacerme demasiadas ilusiones, un poco a la defensiva, escarmentado desde muy pronto por la evidencia de que los Reyes Magos me traían siempre un juguete menos divertido que su embalaje, como aquel helicóptero de cuerda que se desintegró en el primer vuelo al entrar el rotor en contacto con el oxígeno del aire. Con aquel motivo entendí que lo importante en la siguiente ocasión no sería que Sus Majestades me trajesen un regalo hermoso, sino cualquier cosa que se pudiese pegar. Fui luego un adolescente escéptico que se esforzaba en enamorarse de la muchacha menos agraciada para que llegado el momento le doliese menos el fracaso de perderla. En un partido de fútbol con el equipo del instituto marqué el gol de la victoria, pero estaba tan poco seguro de merecer aquel laurel, que corrí a felicitar por el éxito a otro compañero. Años más tarde me enamoré de una hermosa muchacha morena y la llevé al cine con la intención de besarla. Ella me dijo que aceptaba ser mi novia, pero me entraron dudas y transcurrió el tiempo, así que aquel beso se lo di un mes más tarde en otra película. Ahora soy mayor y hasta dudo de que mi muerte merezca mi cadáver.