Enrique López

Consumo colaborativo

La Razón
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Al hilo del reciente juicio en torno a un presunto servicio de transporte colaborativo, y al margen de su resolución, me surgen unas reflexiones respecto de la polémica en general. Lo que late en el fondo de estas realidades es el surgimiento a través de la red de eso que se ha venido en denominar consumo colaborativo, un sistema económico en el que se comparten y se intercambian bienes y servicios a través de plataformas digitales; si bien, está limitado a la manera tradicional de compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar, redefinida a través de las tecnologías de la información y la comunicación, y sobre todo, a las nuevas maneras de relacionarse entre las personas. En este escenario nada hay que objetar a un sistema que lo único que busca es compartir costes desinteresadamente. Pero el debate no es éste. El problema surge cuando a través de este tipo de plataformas lo que se está es ejerciendo una actividad comercial o mercantil con ánimo de obtener beneficios, lo cual desnaturaliza absolutamente el consumo colaborativo. En este escenario la contraposición que algunos quieren crear es falsa, puesto que no se trata de los que apuestan por las nuevas tecnologías y los que siguen anclados en sistema tradicionales. Se trata de distinguir entre los empresarios que ejercen una actividad previo cumplimento de todos los requisitos legales para poder ejercerla, y que además pagan los debidos impuestos, y aquellos que amparándose en aquel seudocomsumo colaborativo ejercen una actividad comercial con ánimo de lucro sin coste legal y fiscal alguno. La diferencia no es el uso de la red y la creación de plataformas, sino sencillamente el cumplimiento o no de la Ley. Hoy en día no hay prestadores de servicios, como por ejemplo el transporte, que renuncien a las nuevas tecnologías, por ejemplo, para la venta de billetes; eso sí, hoy por hoy es imposible desplazarse físicamente a través de la red, y sólo nos transportanos de un lugar físico a otro, gracias a un medio de comunicación tradicional. Cualquiera que ejerce una actividad comercial sin cumplir los requisitos legales, además de estar cometiendo una ilegalidad, resulta poco solidario, puesto que si la mayor parte de la actividad empresarial se ejerciera de esta forma no se recaudarían impuestos, no se crearían puestos de trabajo de verdad, esto es, pagando la seguridad social y generando derechos laborales. En suma, se dejarían de recaudar recursos privados para convertirlos en públicos, y poder sostener nuestro Estado del Bienestar y satisfacer las necesidades sociales. La red no es el signo distintivo de actividades de este tipo, sino el cumplimento o no de la legalidad, de tal suerte que el que no la cumple se coloca en una posición de mercado abusiva y genera una suerte de competencia desleal no permitida por la Ley. La red no es un fin en sí mismo, sino un medio que nos ayuda a potenciar y optimizar la mayor parte de las actividades tradicionales, pero no pueden sustituir aquellas, por lo menos de momento. La pólvora se descubrió hace muchos años.