Historia

Ángela Vallvey

El giro

La Razón
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Los historiadores suelen aplicar el término «revolución» cuando estudian distintas épocas en las que se ha producido un cambio brusco, de ruptura con el pasado, una transformación en todos los órdenes de la vida, que no tiene por qué ser violenta, pero que permite distinguir claramente una nueva fase de la anterior. La revolución consigue ejecutar un salto en las cosas, dar una vuelta de tuerca, aunque a veces la historia se pase de rosca, como en el caso de las virulentas revoluciones rusa o francesa. También la Reforma Protestante produjo una mudanza sustancial, que se dio de manera espontánea, y que condicionó el mundo. El descubrimiento de América fue una revolución en todos los órdenes, que modificó costumbres y políticas y redibujó el mapa de la Tierra. La Revolución Industrial transfiguró con sus innovaciones técnicas el devenir de la especie. Ahora mismo nos encontramos seguramente inmersos en uno de los capítulos más interesantes de la historia, que comenzó en la primera Revolución Industrial, y que no sabemos cómo acabará, si lo hace. Una revolución tecnológica que ha interconectado al mundo variando, no solo el orden social, sino también el político, el científico y el económico. Para los marxistas tradicionales, las revoluciones producían alteraciones en las relaciones económicas de la sociedad, y cualquier revolución digna de tal nombre debía producirse de «abajo hacia arriba», de modo que todo trastorno del orden establecido que no procediera de las bases de la sociedad –del antiguo proletariado– era «contrarrevolucionario». Pero ha sido el «capitalismo decadente» quien ha impulsado la última revolución tecnológica que está transmutando incluso el propio proceso de globalización. Está sucediendo justo en el momento histórico en que las masas son propicias a un cambio. Nadie sabe hacia dónde. Vivimos la fase de transición de una era a otra. Revolucionaria por lo que tiene de giro radical de dirección. Igual que el Renacimiento fue una época de evolución entre la Edad Media y una nueva era —lo que sería la Edad Moderna—, la nuestra oscila entre un mundo que agoniza y algo que está naciendo, o por nacer. Claro que antaño estos cambios duraban al menos cien años, se precisaba como mínimo una centuria para apercibirse de que algo profundo se estaba transfigurando, convirtiéndose en otra cosa, renaciendo y evolucionando... Mientras que en la actualidad el paisaje social, político, científico y tecnológico, además de económico, permuta en instantes ante nuestros ojos atónitos.