Julián Cabrera
El «harakiri» ibérico
Han pasado poco menos de tres meses desde las elecciones legislativas en el vecino Portugal de cuyo resultado se derivó frente a la amplia victoria del centro-derecha una, sólo un poco más amplia suma de todas las izquierdas. Tal vez por ello se haya mostrado como especialmente indicativa la victoria aplastante del conservador Rebelo de Sousa este domingo en las elecciones presidenciales, con un discurso conciliador y llamando a la unidad de todo el país, victoria que tiene mucho de sentencia frente a ese pacto de «cordón sanitario». Toda una referencia la experiencia portuguesa para lo que puede acabar ocurriendo en nuestro país con el arranque de esta segunda ronda de contactos del rey con los grupos políticos para tratar de desbloquear el «sudoku» que ya empieza a oler a chamusquina entre quienes desde el exterior califican la credibilidad de la marca España. Las voces que se alzan, no sólo desde el ámbito empresarial y financiero, sino desde la propia Unión Europea, alertando sobre el freno que puede suponer para nuestra economía la inestabilidad política contrastan con el elenco de contradicciones entre quienes deben dar la talla precisamente para salir de la encrucijada. Vaya por delante que en este punto de la situación nada hace pensar que Mariano Rajoy vaya a recibir, tras su encuentro en segunda ronda con el Rey el encargo de someterse a una investidura –los posibles e insuficientes apoyos parlamentarios no han variado– pero esas contradicciones no dejan de ser casi groseramente evidentes. De entrada, a propósito de la hipótesis de pacto PSOE-Ciudadanos, resulta curiosa la petición de una abstención del partido ganador para habilitar una suma entre segundo y tercero de 130 escaños, a la vez que se desprecia por parte del PSOE una abstención que permitiera otra suma mucho más estable de 163 entre primero y tercero. Al elenco de contradicciones se suma la obstinación del socialista Sánchez por empujar a Rajoy a un linchamiento parlamentario argumentando que es la formación más votada, a la vez que se niega a cualquier mínimo contacto negociador con ese partido. Pasará a la historia de nuestro parlamentarismo como uno de sus episodios más negros la negativa de Sánchez a ni siquiera sentarse a hablar con Rajoy, tan sólo para no contaminar el supuesto «pedigrí» de izquierdas en el flirteo con Podemos cuyo líder Iglesias –más contradicciones– no parece demasiado preocupado por esas reivindicaciones sociales que dieron razón de ser a su formación, habida cuenta de que los ministerios que se «ha pedido» tienen un perfil mucho más político. Interior, Defensa y el control de RTVE como si fuera otro ministerio no dejan de ser «tics» del más puro chavismo, cuando no leninismo.
Cuando la repetición electoral se perfila como única alternativa a un posible gobierno inestable y efímero de la amalgama de izquierdas y separatistas, –hoy para el PP la única esperanza pasa, quién lo iba a decir, por el sentido común del comité federal socialista– es porque algunas cosas se han hecho de forma manifiestamente mejorable. Puede que ese análisis aún no toque, pero irá pidiendo paso.
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