Enrique López
El joven Sorel
«Rojo y Negro» es una de las mejores obras de Stendhal, Henri Beyle en realidad. Ya no recordaba su argumento, y precisamente leyendo la última novela de Lorenzo Silva –«Donde los Escorpiones»–, su protagonista, el guardia civil Bevilacqua, hace una cita de Stendhal, aquella de que la verdad está en los detalles, que luego Albert Einstein parafraseó diciendo que Dios está en los detalles. Este recuerdo me llevó ávido a releer la obra de Beyle, llamándome la atención cómo su protagonista, que poco tiene que ver con el subteniente, era un hijo del aserrador del pueblo, y tras pasarse su corta vida tratando de integrarse en la burguesía o nobleza del momento, acabó su vida frente a un tribunal por un delito de asesinato que lo condenó a la guillotina, precisamente por su último discurso frente a los jueces, denunciando la casta y el orden establecido. En una sociedad democrática sin clases sociales ni castas, regida por el principio de igualdad ante la ley, así como el de promoción real de este principio, sólo se puede defender este estatus mediante el mantenimiento del orden establecido. En una sociedad como la nuestra, es muy importante quien gobierne, pero no lo debe ser tanto como para que según y cómo, el orden establecido pueda acabar patas arriba. En nuestro país, como en otros, más de la mitad de los presupuestos públicos se consumen en gastos relacionados con la sanidad, educación, protección social, etc. El grueso de estas cantidades se encuentran comprometidas gobierne quien gobierne, y lo que llama paradójicamente la atención es cómo algunos pretenden ofrecer excelencia de gobernanza sobre la base del aumento de gasto social, difícil de sostener con las limitaciones impuestas por la Unión Europea, cuando a lo mejor lo que se debería poner en valor es el gasto eficiente evitando el despilfarro. Evitar el gasto desmedido, potenciar la responsabilidad social del sector privado, y perseguir la corrupción son tres buenos peldaños para asentar una buena gestión. Pero para esto no hace falta desenterrar el viejo clasismo del joven Sorel, o el más reciente instaurado por el neocomunismo. Los demócratas de verdad, que somos la mayoría, creemos en lo que dice el art. 1 de nuestra Carta Magna-España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Nadie puede convertirse en el guardián de estos valores, nadie tiene su monopolio, al margen de que puedan existir políticas que los refuercen o no, pero nada más. El problema es que este intento de patrimonialización de estos valores genera un mal ejemplo, y así, otras fuerzas políticas pueden pretender convertirse en los guardianes de la seguridad. Lo que se debe asumir de forma colectiva es que nuestra Democracia ya está inventada y en funcionamiento, y nadie puede ya erigirse en el motor de la misma. Como decía Ortega «Cuidado de la democracia. Como norma política parece cosa buena. Pero de la democracia del pensamiento y del gesto, la democracia del corazón y la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad».
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