María José Navarro
Iñaki Cano
A estas edades nuestras tan ciertas, tan medianas, tan maduras, tan provectas, es normal que se te muera un amigo. Cuando eso ocurre, te das cuenta de que ya nada es eterno, nada es como imaginabas en la juventud. Entonces te creías invencible, inmortal, te creías para siempre. Cuando ahora pasa, las sensaciones son distintas. Cuando se te muere un amigo, incluso cuando se te pone malo, malo de morirse, el dolor es inmenso porque es propio, es cercano, es como el lechero que llama a tu puerta. Pero cuando un amigo está a punto de palmarla y no se muere, lo que necesitas es otra cosa. Lo que quieres es decirle lo mucho que le quieres y que no se puede ir porque te hace una putada. El periodista Iñaki Cano sufrió el domingo, muy temprano, un infarto. Un infarto gordo, eh, no cualquier chorrada. Afortunadamente, su preciosa mujer tuvo un pálpito y se despertó muy temprano aunque era domingo. A Iñaki no le podía tocar otra pareja que la que tiene: la mejor, la más guapa del mundo y la más linda del planeta tierra. Ah, y tiene unas piernas la cabrona que es de odiarla. Iñaki se puso malito esa mañana y yo me di cuenta de que, si Toni no llega a estar ahí, no me hubiera dado tiempo a decirle que es y ha sido mi mejor compañero. Que presentamos un programa juntos en el que yo no hacía pie pero que él me subió el suelo calladamente. Que jamás se quejó de mi protagonismo a pesar de que me daba mil vueltas en todo. Que nunca me menospreció. Que ni se le pasó por la cabeza ridiculizar mis ridiculeces. Que fue tan fiel pudiéndome pasar por encima que ahí se define su grandeza. Y además posee otra cosa distinta a muchos hombres que conozco. Adora a su mujer, se le nota, no le importa, y le gusta presumir de que la quiere. Iñaki: recupérate pronto que Toni está muy buena. No la jodamos antes de tiempo, amigo.
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