César Vidal
La guindalera
Me levanté esta mañana con malos presentimientos. No me atribuyan dotes paranormales porque lo mismo pudo ser una mala digestión, pero he abierto la prensa por internet y, paf, ahí estaba la noticia de que el teatro La Guindalera había cerrado. A muchos, especialmente si viven fuera de Madrid, la mención de La Guindalera no les dirá nada. Yo, sin embargo, puedo afirmar con el corazón en la mano que los focos de cultura como La Guindalera son de las pocas cosas que echo de menos en este exilio transatlántico. En no pocas ocasiones, asistí a las funciones de este teatro pequeño en dimensiones, pero inmenso en calidad y altura artística. Durante trece años, La Guindalera fue un referente de la escena. Juan Pastor, su director, mimaba con exquisita precisión de orfebre cada uno de los montajes. Su esposa, Teresa, y su hija María –en mi opinión, una de las cinco mejores actrices que existen en toda España– se transformaban en cauces por los que discurría con una naturalidad sobrecogedora una selección extraordinaria de obras teatrales. Creo que sólo he visto adaptaciones comparables de Chéjov gracias a la labor extraordinaria de Ángel Gutiérrez, cuyo teatro de cámara, el Chéjov, tuvo que cerrar hace ya años. No hay que ser un genio para darse cuenta de que el colapso de estos centros indispensables de cultura obedece a causas económicas. No es que la gente no acuda a ellos. A decir verdad, era muy común verlos llenos hasta la bandera. No. Es que hubo un canalla en el ministerio de Hacienda que decidió que los teatros tenían que pagar un veintiuno por ciento de IVA. Esa subida criminal del impuesto ha determinado que locales como La Guindalera pasaran de sobrevivir con una honrosa austeridad a quebrar. Me dicen que el IVA de los sexshops, sin embargo, es reducido. De ser así, ya sabemos que el corazón de algunos políticos y burócratas no se encuentra precisamente en la preservación del arte. Naturalmente, la infamia del IVA del 21 por ciento podría haberse paliado con alguna ayuda cultural, pero el dinero de ayuntamientos y CC AA se entrega en no pocas ocasiones a clientelas políticas amigas o a las que se espera ganar y no a aquellos que, en verdad, sirven a la sociedad. Las brigadas del lobby gay, que en Madrid enseñarán a los niños las bondades siderales de la homosexualidad, imagino que no lo harán gratis. Más valdría que ese dinero hubiera ido a centros como la tristemente clausurada Guindalera.
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