Ángela Vallvey
Laurel de la reina
Cuentan que la reina Isabel la Católica, un lejano día de verano –veinticinco de agosto, 1491–, se paseaba a caballo por estos paisajes. Quería reconquistar Granada y buscaba un lugar desde donde contemplar, entre fascinada e incrédula, la Alhambra. La hermosa joya que soñaba, la filigrana dorada esculpida en la ciudad. Los mahometanos no tardaron en descubrirla, pensando que estaban siendo atacados. Aquel era un tiempo en que los monarcas se ponían a la cabeza de sus tropas, e Isabel, además, tenía fama de brava. Los árabes, creyendo que se enfrentaban a una incursión de las tropas cristianas, atacaron a la reina y a sus acompañantes. Isabel estaba en desventaja, y se refugió entre estos laureles. Era muy piadosa, le rezó a San Luis para escapar del asalto. Aunque fueron sus escasos pero competentes soldados los encargados de ganar la refriega. Isabel levantó un convento en honor de San Luis, en 1500.
En aquellos –en estos– jardines del Laurel de la Reina, en el convento de San Luis el Real, ahora se mecen laureles y arrayanes centenarios bajo el suave viento de la tarde de verano. La admirable ciudad de La Zubia (Granada) tiene el gusto –el buen gusto– de celebrar en ellos un encuentro literario llamado «Poesía en el Laurel», gracias a la pasión y el trabajo concienzudo del poeta Pedro Enríquez, que, junto con sus valiosos colaboradores, hace ya doce años que llena de versos y de música un espacio mítico.
Granada es rica en rincones mágicos donde los vergeles y el agua escriben trovas que luego se pegan a los labios de sus poetas. Hoy, hay versos que pasean triunfales por el aire limpio de la Vega de Granada en este jardín prodigioso, cargado de historia y belleza, que se engalana cada año con el lujo de las palabras.
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