José María Marco
Muy Feliz Año Nuevo
El 2014 ha sido un año fascinante. En política, es difícil imaginar otro tan entretenido, tan divertido, casi de ciencia ficción. Empecemos con la Monarquía, que vio, por primera vez en siglos, la abdicación de un Rey y la llegada de otro. Nada podía excitar más las pasiones de quienes desean el cambio a toda costa, una revolución aunque sea palaciega. Luego vino la corrupción, que amenaza al sistema desde dentro y demuestra que la democracia de este país no es más que oligarquía y caciquismo. En Cataluña, se desencadenaron las furias nacionalistas y avanzaron, con la consulta del 9-N, en la liquidación de la nación. A consecuencia de la crisis y de la mentira esencial del sistema político en el que vivimos, han llegado los populistas: se disponen a barrer, sanear y purificar el cuerpo enfermo de la sociedad española. En paralelo, se va abriendo paso un nuevo régimen, con una Constitución distinta que infundirá sangre nueva a las venas esclerotizadas de nuestra anémica democracia.
Así que quién más quién menos (muy poco en LA RAZÓN, gracias a Dios y a quien corresponda) se ha envuelto en la llama profética que abrasó los labios de regeneracionistas y nacionalistas de principios del siglo XX. De nuevo hemos diagnosticado, entre improperios fulminantes, el final de la Monarquía parlamentaria, de la democracia liberal, de la Constitución y de España. Ya estamos donde nos gusta estar, en carne viva, dispuestos a ser purificados en sacrificio. ¡Gracias, Caudillo o Caudilla!
Ha habido más, sin embargo, y si todo esto ha sido divertido, más divertido aún ha sido constatar que no ha ocurrido nada, nada de nada. La crisis económica ha quedado atrás y la economía española crece como ninguna otra en la zona euro. La sucesión en la Corona ha sido impecable y el Rey suscita todas las simpatías. La policía y los jueces se están encargando de los casos de corrupción, el gobierno legisla para impedirla y la opinión pública se muestra intransigente, como debe ser. El nacionalismo ha llegado a su límite en el «procès» nacionalizador: el 35% de los catalanes son nacionalistas, ni uno más. Es cierto que han llegado los populistas, pero como en casi todos los países europeos. Y nadie sabe de ningún texto constitucional que sustituya a la actual Constitución, la nuestra, a la que vamos cobrando más y más afecto a medida que se la insulta tan desmedida y estúpidamente. Total, que el 2015 promete, y mucho. ¡Feliz Año Nuevo!
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