Luis Alejandre

Prisioneros

Si hay algo que ha definido a lo largo de la Historia la grandeza de una sociedad, un ejército, una religión o un país, es en la forma como ha tratado a los prisioneros. Si es generosa con un enemigo derrotado y en debilidad, mucho más lo será con sus propios ciudadanos.

Hay otra razón práctica, diría más maquiavélica. Dime cómo tratas a mis prisioneros y te diré como yo trataré a los tuyos. Porque en el mundo de los conflictos, suele haber pocas soluciones definitivas y tanto las victorias como las derrotas, van y vienen.

Las imágenes que nos han llegado este pasado agosto, siguen estremeciéndonos. No creo sea yo el único mortal en sentirlo. Este centenar de soldados sirios capturados en la base aérea de Tabaqa, ropa interior, manos en la nuca, corriendo hacia una inmediata muerte a degüello o a tiro en la nuca, no deberían repetirse jamás. O las de oficiales sirios capturados en Raqa, reconocibles por sus nombres en unas fotos y en las siguientes asesinados, amontonados en una fosa común. Incluso la de los soldados ucranianos obligados a desfilar por las calles de Donetsk ante un vociferante populacho, dan que pensar.

Con la misma saña, en las calles de Gaza, miembros encapuchados de Hamas ejecutaban a una veintena de palestinos supuestamente informadores de las tropas israelíes. Y todo sin que podamos borrar de nuestra mente el asesinato a degüello del periodista americano James Foley, tristemente repetida este martes con Steven Sotloff, por un joven rapero londinense. O ver a «Kokito», un marroquí de Castillejos con novia en Ceuta, portando orgulloso en ambas manos dos cabezas decapitadas, agarradas por sus cabelleras. Ayer una rockera –Sally Jones– declara orgullosa que «lo que los cristianos necesitan es ser decapitados con un bonito y afilado cuchillo».

¿Dónde estamos, finalizando 2014, mientras conmemoramos distintas etapas de dos grandes guerras mundiales?¿No bastaron aquellos muertos? ¿No habíamos alcanzado unos máximos de dolor y de destrucción de la raza humana?

¿Qué se puede esperar de estas masas fanatizadas a las que ni siquiera doy la consideración de tribus? ¡Son mucho más civilizadas las sociedades tribales!

¿Cómo justifican sus autoridades religiosas estos comportamientos? ¿En nombre de qu Dios?

Me detendré en lo que los Convenios Internacionales tratan sobre los prisioneros. El Convenio de La Haya de 1889 revisado en 1907 dedica 16 artículos de su Capítulo II a los prisioneros: habla de humanidad, de las condiciones en que pueden realizar determinados trabajos, de su sostenimiento y condiciones de vida, del acceso a los campos de sociedades de socorro, de permitir sus prácticas religiosas, de los testamentos, de las repatriaciones, etc. Insisten en el mismo tema otros muchos tratados internacionales y resalto los Convenios de Ginebra de 1949, revisados en el Protocolo Adicional II ,de 1977, sobre «conflictos desestructurados» como los actuales.

Nuestras Ordenanzas Militares, a pesar de las soterradas incursiones políticas a que han sido sometidas, siguen hablando de los prisioneros (Artº 142) cuando refiere que los militares «deberán conocer los derechos y deberes relativos al trato de los prisioneros de guerra», y dos artículos antes recuerda el compromiso que entraña su trato hacia ellos: «recogerá y evacuará a los heridos y prestará auxilio a los náufragos, tanto propios como enemigos».

Podría apoyarme en más textos tanto del Comité Internacional de la Cruz Roja como de resoluciones y directivas de Naciones Unidas sobre el Derecho Internacional Humanitario.

Pero me pregunto ¿para qué?

¿Para qué pueden servir convenios, resoluciones y reflexiones como esta a unos bárbaros fanatizados? ¿Debemos tener a mano como munición convincente la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Carta de San Francisco o la recopilación de los Convenios de Ginebra y La Haya? ¿Será suficiente para detenerlos?

Sólo la unidad en la convicción y en la fuerza –política, militar, de opinión pública– ante un peligro que nos acecha, y no tan lejano como quisiéramos, puede permitir ver el futuro con cierta tranquilidad. El refuerzo a las sociedades que hacen de su religión vehículo de humanismo, respeto y solidaridad es fundamental para romper, desbrozar, sacar de raíz, la informe y desconocida masa que se esconde detrás del fanatismo religioso.

Mientras, no se cómo se contendrá la espiral de violencia en Iraq, en Siria o en Ucrania –pueden imaginar el trato que recibirán los prisioneros del bando contrario– les aseguro que me siento profundamente consternado, sacudido por una incierta y preocupante sensación de miedo. Me cuesta digerir el asesinato público, desafiante, paralizante de sentimientos, provocador de otros odios, de James Foley o de Steven Sotloff, periodistas desarmados que sólo buscaban cumplir con su misión de informar. Como no me despego de la imagen de un pelotón de jóvenes soldados sirios corriendo impulsados por los mecanismos del miedo, hacia la muerte.

He dedicado las tribunas de estos dos meses al «veraneo» de nuestros soldados en el exterior.

¡Bien saben de lo que hablo, ellos que están cerca de estos mundos fanatizados!