Alfonso Ussía

Putas

La Razón
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Fue una encerrona la que le prepararon en Nueva York a Su Gracia el Arzobispo de Canterbury. La cabeza de la Iglesia anglicana viajó por primera vez a los Estados Unidos en 1919. Travesía en barco. Le habían advertido sus consejeros: «Cuidado con los periodistas americanos, menos respetuosos con la jerarquía religiosa que los ingleses». Iba preparado, pero no para tanto. Al pisar suelo americano en los muelles neoyorquinos, un joven periodista, con su sombrero flexible a lo Elliot Ness, le soltó la pregunta envenenada. «¿Le parece bien a Su Gracia que haya tantas casas de putas en Manhattan?». El arzobispo intentó evadirse con otra pregunta: «¿Hay realmente tantas casas de prostitutas en Manhattan?». La gran manipulación periodística consiste en elevar la media verdad a gran noticia, y al día siguiente el periódico del osado reportero publicó con grandes titulares. «Primera pregunta del Arzobispo de Canterbury en Nueva York: ¿Hay muchas casas de putas en Manhattan?».

No puede decirse lo mismo de la presumible Alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que ha aprovechado una invitación de la Santa Sede para hablar de putas. Más que de putas, para preguntar por ellas. Y más que por ellas, para ayudar a los asistentes e invitados al congreso «Cambio climático y nuevas formas de esclavitud moderna» a reflexionar por qué la gente se va de putas. Aquí no hay encerrona de los periodistas a Manuela Carmena, sino encerrona de Manuela Carmena a los cardenales, obispos y clero en general, incluido Piero Fossati, tercer monaguillo del segundo turno.

Lo cierto es que era previsible. Cuando se tiene de portavoz a una asaltacapillas en pelotas, nada puede sorprender que la Carmena viaje hasta el Vaticano para preguntar por las putas, que en Asturias y el occidente de Cantabria se dicen «putes», como «pulpes» a los pulpos. Las normas de cortesía y protocolo en el Vaticano son de obligado cumplimiento, y ningún obispo le respondió a Carmena lo que merecía. El problema y la respuesta están en las primeras edades del hombre. El varón cazaba y retornaba a la cueva con la carne fresca. Una tarde, una de las mujeres que por ahí merodeaba le hizo una proposición deshonesta. «Si me regalas el solomillo yo te presto el mío». Y principió la prostitución hasta nuestros días.

Hay hombres que necesitan calmar la pasión y su única manera es a cambio de dinero. ¿Quién es más puta? ¿La desdichada emigrante que se ofrece por unos euros al macho necesitado en una esquina o en la Casa de Campo, o la señora joven que se casa con un multimillonario que le aventaja en cuarenta años? ¿Es más puta la profesional que busca llevar 100 euros a su casa, o la profesional del arribismo que se siente compensada en su absoluto aburrimiento por una joya, un barco, una casa maravillosa y toda suerte de viajes? ¿Es más puta la rabiza que retoza por horas o una actriz famosa que consigue alcanzar el estrellato acostándose con todos los actores que encuentra a su paso, directores y productores? ¿Es más puta la gabonesa que llegó a las costas de España en una patera de esclavos, o la que exige después del divorcio millones de euros al marido que buscó para divorciarse posteriormente? Recuerdo aquel dibujo prodigioso de Mingote. El notario lee el testamento. Los herederos, de luto en los trajes y en los rostros. Entre ellos, también de luto, sonriente y atractiva, una jovencísima rubia. Y el notario dice: «Y a Lolita, que se casó conmigo exclusivamente por mi dinero, le dejo mi dinero». Un fallecido consecuente. Y ella, muy putísima.

La humanidad lleva siglos discutiendo y sin ponerse de acuerdo acerca de la prostitución, de su legalidad o ilegalidad, de su justificación o su inadmisibilidad. Foros, congresos y opiniones encontradas. Igual que no tienen remedio la avaricia y la violencia en el ser humano, la prostitución existirá siempre. Pero esa pregunta buenista, facilona y necia de la presumible alcaldesa de Madrid no se formula en la Santa Sede, porque las putas no dependen del cambio climático –al menos de ese cambio climático–, y de existir en su profesión una nueva forma de esclavitud, para eso están los gobernantes. Para combatirla. Para acabar con las esclavas que sobreviven entregando a sus chulos el sesenta por ciento de sus amores vendidos.

No tiene arreglo. Como no lo tiene la estupidez política y la mala educación.