Alfonso Merlos
Recojan el whisky
Orden y concierto. Parece mentira que el Gobierno de la nación se vea obligado, por una cuestión de emergencia nacional, a imponer a las comunidades autónomas unas reglas mínimas de actuación en la gestión de los dineros públicos. Y a los ayuntamientos. Después de años y años de rebeldía, de egoísmo, de irresponsabilidad, de derroche, de tramposa ingeniería financiera y de auténtica locura ha llegado la hora de decir «¡basta!».
No hay vuelta de hoja porque ésta es una partida a todo o nada. Se han de terminar, por las buenas o por las malas, los sueldos astronómicos para los altos cargos que hasta la fecha tenían unas competencias inversamente proporcionales a sus honorarios. Se han de acabar los ejércitos de asesores que, con demasiada y fatídica frecuencia, o no gozaban de la preparación necesaria o directamente no daban un palo al agua pero se lo llevaban calentito. Porque ellos lo valían o porque eran amiguetes/familiares del jefe.
Es verdad que el hiper-reformista Gobierno de Rajoy puede resultar antipático a no pocos españoles de los que han vivido hasta ahora de la política, en el peor sentido del giro. Y que muchas de sus iniciativas no son acogidas de buen grado por las élites del sistema. Pero aquí estamos hablando de dar satisfacción, en buena lid, a lo que millones de compatriotas llevan meses reclamando a grito pelado: que se recorte no sólo por abajo sino preferiblemente por arriba.
El encargado que aparece en plena madrugada, en plena fiesta, en los estertores de la borrachera parando la música y ordenando que se recoja el whisky no se convierte en ese preciso instante en un héroe. Pero algunos, recuperada la consciencia y la razón, le recuerdan como alguien que hizo lo que debía. Ahí estamos, señores.
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